domingo, 12 de julio de 2009

Cartas desde mi celda: Crónicas del verano (1)

 moncayo

Gustavo Adolfo Bécquer, uno de los más altos representantes del Romanticismo en España, no sólo en la prosa, sino también en la poesía, pasó una temporada en la provincia de Zaragoza, atendiendo a su salud, bastante maltratada por la tuberculosis –que por otra parte era un estigma que daba mayor realce a su vida y su obra-. Esa etapa de su vida la pasó por los pueblos del Moncayo, zona limítrofe con la provincia de Soria y cargado de aire limpio, fresco y sano con que disminuir los ataques de la enfermedad.

Pasó sus días en el Monasterio de Veruela, entonces habitado por monjes, ahora enclave turístico con un proyecto futuro de Parador Nacional de Turismo. Paseó por los pueblos y escribió cuentos y leyendas relativas a esta zona, donde se mezclaban lo real con lo imaginario, lo natural con lo mágico, la magia con el terror. Especialmente recordado en el pueblo de Trasmoz, donde en uno de sus cuentos habla de las brujas que allí habitaban y que se reunían en aquelarre en ciertas noches.

Yo, que no me parezco en nada –a mi pesar- a Gustavo Adolfo Bécquer, he llegado a tener una casita rústica en uno de estos múltiples pueblos que decoran los campos moncaínos. Y además de encantarme estar aquí de vacaciones, he decidido pasar unos ratos escribiendo cosillas desde esta casa que es mi celda, donde me aíslo de la ciudadanía y donde recupero fuerzas para cada nuevo curso.

Hoy quiero hablaros de lo que aconteció el sábado, 4 de julio. No sé bien por qué, pero aparecieron a lo largo de los días anteriores una serie de carteles anunciando actos festivos para dicho día. En Lituénigo, pueblito encantador metido en el Moncayo, dedicaron el sábado a recordar todos los oficios perdidos de la zona –aunque yo diría que del mundo y de épocas anteriores pero no remotas-. Pudimos ver arriba y abajo por las calles del pueblo, hombres y mujeres haciendo las distintas labores: haciendo jabón, la colada, cosiendo colchones, esquilando ovejas, lañando cazos y perolas, afilando cuchillos y reparando paraguas, atendiendo la fragua y preparando herraduras para los caballos, extrayendo miel, haciendo objetos de barro en el alfar, tejiendo cestos, preparando embutidos… Y en el colmo de la generosidad y de la bonhomía, invitaron a todos los allí asistentes y visitantes a una cena compuesta por buen vino, mejor chorizo e inefables morcillas a la brasa. Todo por el módico precio de ¡¡¡NADA!!!
moncayo (1)
Al mismo tiempo, es decir, el mismo día Trasmoz celebró su fiesta de las Brujas, con tenderetes en sus calles, espectáculos pirotécnicos y una gran cena comunal para todos los asistentes. Prepararon sus famosas migas al Infierno (que son las mismas migas de siempre, pero con el fogoso apodo). Hacía calor y las cuestas costaba subirlas camino del Castillo. Pero –aquí se comprueba siempre que el Paraíso está arriba y el Infierno abajo- arriba en el Castillo corría un vientecillo que nos alegró el alma y nos secó el sudor de la subida. Y para más carambola me encontré con dos jovenzanos a los que conocimos el Extranjero y yo en la inauguración de la Exposición de fotos en la CASA DEL GAITERO, en Aguarón, invitados por nuestro amable y cariñoso colega Eugenio Arnao. El caso es que pasamos aquella tarde –no esta en la que iban armados con sendos tambores para atronar el fin de fiestas- recordando, paladeando y deleitándonos cantando las canciones de Silvio Rodríguez –cantante cubano al que admiro y del que ella, Raquel, recordaba perfectamente casi todas sus letras, mientras yo difícilmente digitabas sus músicas a la guitarra-.

Pues eso, que terminamos la tarde-noche tomando unas cervecitas en el bar-piscina de nuestro pueblo, acompañados por nuestros amigos y disfrutando de un merecido aire fresco con que calmar nuestros sudores y prepararnos para un merecido descanso nocturno.
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Antes de que se me olvide: ahora es la época de la cosecha del CHORDÓN moncaíno, que no es más que otro apelativo con el que se conoce a la FRAMBUESA. Los chordones de aquí son muy sabrosos y además de pasear por el monte y deleitarse con el paisaje y el arbolado, se puede disfrutar de unas buenas frambuesas y, si se tiene buena vista, también de cerezas y fresas salvajes. ¡No os las perdáis porque queda poco tiempo de cosecha!

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