domingo, 5 de julio de 2009

De vencejos y petunias

Desde que el mundo del cine popularizó el cómo se hizo de las películas, o en la televisión se incluyeron las tomas falsas de los capítulos de los seriales, la tramoya en el mundo este del espectáculo ha cobrado categoría de trama, hasta convertirse en género aparte y alcanzar en muchos casos cotas de mayor interés que el propio espectáculo o que el discurso supuestamente principal. Empezaron los plumillas del humano género de las entrevistas a humanizar aún más el asunto describiendo el tipo de cacahuetes con el que eran obsequiados, el tapizado de los sillones en el que se sentaban o la cofia que llevaba la doncella que les atendía.

Y así fue como supimos de la importancia de los bonsáis en el proceso palaciego de transformación de un tal González a un tal equis, y nos enteramos de que el estudio de la casa de Aravaca en el que Ignacio Bosque trabaja en sus estudios de gramática está insonorizado y próximo a un frondoso jardín. Compartiendo esa condición monástica y dejándonos llevar por este proceso de orfebrería vegetal que tan estrambóticos resultados parece dar, en la terraza del Departamento de Español han proliferado las plantas en los últimos años. Desde que reciclamos las tablas del Salón de Actos a modo de maceteros, hemos mimado un áloe vera, clavelinas, begonias, caléndulas, crisantemos, geranios y cactus varios. Por eso, cuando Gelovira trajo hace unos meses unas semillas de petunia para plantarlas en una maceta vacía, ya entrada la primavera, nadie de los allí presentes pareció sorprenderse.

Lo último en el making of de las entrevistas lo ha ofrecido un periódico digital, a través de un vídeo en el que Álvaro Pombo muestra al entrevistador su espacio vital y descubre así las claves domésticas de su quehacer literario: unas espalderas puestas en el recibidor, una terraza bien regada, y el agujero de una pared próxima en el que anidan y pelean los vencejos, vencejos que siempre aparecen en sus novelas.

Ya en la nota final de sus lúcidas memorias, el adelantado Fernán Gómez daba cuenta de las personas, ciudades, artilugios y líquidos que lo habían acompañado en su proceso creativo: “Para calmar la sed durante el trabajo bebí agua Bezoya, y como estimulante whisky White Label y vino blanco común muy frío”. Tiempo después, las más modernas entrevistas ya vienen acompañadas del detalle del menú que han degustado los estómagos implicados, de si recibieron un solomillo de buey o unas cocochas de bacalao, o de si escogieron Vichy catalán de dos años o pimplaron una botella de crianza. Todo ello acompañado del precio. Saber el tipo de bocadillos que Bardem se aprieta entre toma y toma o ver comerse una manzana reineta a Penélope Cruz entre bastidores es uno de esos placeres morbosos sin los que el espectador ya no puede vivir.

Pues bien, el Departamento de Español, en consonancia con el devenir de los nuevos tiempos, no es ajeno a esta corriente. Y de este modo, vemos llegado el momento de desvelar lo que de verdad se cuece de puertas para adentro, las claves internas de nuestro proceso creativo-intestinal.

Todo habría sido bien distinto de no haber recurrido a los estimulantes que nos han acompañado en estos 25 años: kilos y kilos de caramelos Respiral en sus tres clásicas versiones (menta, limón y regaliz), pastillas Juanola; caramellos Hall acción vapor, sobre todo en el invierno; chicles Orbit en dos modalidades principales, eucalipto y clorofila y, últimamente, Trident senses, sabor tropical; Kas de limón, aunque recientemente ha sido sustituido por el Radical, también de limón; la versión roja de cocacola, con su cafeína y su azúcar; y, por encima de todo, el chocolate, en forma de bombones variados, desde lenguas de gato a los forrados de almendra, siendo la variedad más apreciada la del 70% de cacao, a ser posible a precio solidario.

Hemos moderado el uso de sustancias prohibidas, pero siempre hemos tenido a mano Anna de Codorniu para las clásicas celebraciones (Navidad, nuestros cumples, la Consagración de la Primavera, la celebración anticipada de años sabáticos, la República y el Día del Orgullo Profesoral, entre otros) y variadas botellas de vino, gentileza de los alumnos: vino búlgaro, beaujolais francés o vino de Sajonia. Tampoco le hemos hecho ascos al ouzo griego, la cachaça de Brasil, el vodka ucraniano con guindilla o el licor de lagarto chino.

Nada de esto queda reflejado en las últimas memorias de fin de curso, ni tan siquiera el milagroso hecho de que, hace cuatro días, las petunias sembradas por Gelovira y regadas pacientemente por todos nosotros, hayan sacado a la luz su primera flor. De un intenso azul.

3 comentarios:

  1. En esto se reconoce al poeta: en revestir de magia los hechos cotidianos. Tú lo consigues, Extranjero.

    ResponderEliminar
  2. Ciertamente, amigo mío, entre tanta libación y ofrendas a los dioses del Olimpo, se me pasó contemplar tan excelsa obra de la naturaleza: que florezca algo en esta Escuela debería ser contemplado casi como un milagro.
    Gracias a Dios, estas compañeras con que la vida nos ha regalado siguen floreciendo cada año y nos regalan sus perfumes en todo tiempo.
    ¡Qué generosa es nuestra vida que así nos premia!
    ¡¡¡Enhorabuena por tu buena vista!!!

    ResponderEliminar