domingo, 15 de noviembre de 2009

Celebración gatuna

Más de cuatro gatos, y dos de ellos con auténtico pedigrí, se juntaron hace poco en el restaurante de los ¡25! platos de Almonacid de la Sierra, para celebrar con una gran lifara las Bodas de Plata de un Departamento donde dicen que nunca pasa nada, pero que en realidad pasa de todo.
Los gatos allí congregados decidieron jugar a constituirse en jurado gastronómico, donde cada felino daría una calificación del 1 al 10 a cada uno de los platos servidos.
Y éste fue su veredicto, que han decidido publicar aquí para que cada uno saque sus propias conclusiones y como aviso para navegantes.
1º Sopa de cocido: 8’25
2º Garbanzos guisados: 8’75
3º Alubias guisadas: 6’25
4º Paella: 5
5º Cardos en salsa bechamel: 6’25
6º Bacalao con setas: 4
7º Huevos rellenos: 4
8º Ensalada de tomate: 5’75
9º Morcillas plancha: 5’75
10º Pimientos asados: 7
11º Longaniza frita: 6’75
12º Torreznos: 6’25
13º Croquetas: 4’75
14º Salchichas en salsa de tomate: 3’50
15º Chuletas de cerdo en salsa de tomate: 3’50
16º Caracoles al ajillo: 6
17º Conejo escabechado: 6’50
18ª Albóndigas de carne: 6
19º Guiso de pavo: 6’80
20º Guiso de ciervo: 5’50
21º Carrilleras de cerdo: 8’25
22º Espárragos con mayonesa: 8
23º Langostinos (hay que decir que, paradójicamente, tratándose de gatos, sólo los probó uno, ya que los demás estaban hasta el gaznate y al borde del colapso): 5
24º Jamón serrano: 6
25º Queso manchego añejo: 6’5
Los postres fueron bienvenidos por lo que tuvieron de refrescante y de contraste gustativo, especialmente el melocotón con vino que, en opinión de alguna gata, bien merecía un 10. El resto no se pronunció, seguramente porque les faltaba hasta el aire y no podían articular palabra.
Pasadas tres horas largas de tan ardua tarea engullidora, los felinos salieron del establecimiento a gatas, y nunca mejor dicho, arrastrando casi sus barrigas por el suelo. Pero hete aquí que en su camino toparon con unos futbolines a los que se amarraron como a una tabla de salvación y este sano deporte les sirvió como desengrasante general, lo que les permitió continuar su ruta.
Y de este modo, finalmente, esos más de cuatro gatos llegaron a la Casa del Gaitero en Aguarón, para visitar a sus amigos allí instalados desde hacía unos meses. Cuando les contaron semejante experiencia gastronómica, ninguno de sus congéneres se lo pudo creer.
¡Pero era la puritita verdad!

3 comentarios:

  1. Lo que más me gusta de Gelovira es que siempre tiene a mano ese papel y ese bolígrafo con que tomar nota de lo que merece la pena y que los demás nos empeñamos en fumárnoslo por donde podamos.

    Ha sido veraz y oportuna, ha sido cronista verdadera y ajustada. Todo fue como relata, aunque a veces ese bolígrafo que no escribía demasiado bien haya dejado algún matiz, con grado alcohólico, que no aparece en la crónica.

    Gracias, Gelovira, porque tu mano femenina adorna finalmente las entradas de este blog, que es tan tuyo tan tuyo que a veces pienso si no te lo habremos robado.

    Besos castos

    ResponderEliminar
  2. El cocido como materia básica del universo.
    Al salir de allí iba pensando si hasta los diamantes no serán un concentrado máximo de materia cocídica, desde luego la criptonita tien un 90 x 100 de sopa mezclada con sémola y pelotones de aquellos gigantescos que calculo(qué cálculo, hahad), imposible rima en este caso, iban en decimoquinto lugar. Menos mal que Campanilla, sentadita a ratos a mi lado, de vez en cuando revoloteaba soltando polvareda mágica(mágica, hadah)y cambiaba algo el sabor al plato. Probaba con ilusión un bocadito de algo y alte la desilusión esparcía polvos de provenza. Qué a gusto estuve a su lado. En frente el don, nunca tan equilibrado en su mezcla de afecto y verdad, de conocimiento y cercanía, formaba pareja con la reina de copas. Les ví fumar un cigarro a medias y lloré por dentro de envidia, por el pitillo, antes que nada, pero también por como lo compartieron. J. Seberg, morena y de pelo largo y Belmondo, en lugar de con los labios grandes con los dientes enormes. Les ví en blanco y negro y de ella oí luces de colores mientras conducía yo de vuelta. Qué voz, reía donde debía, razonaba en las curvas y aceleraba para dar. Y allí en la esquima, la gallina clueca, indignhadah porque uno de sus polluelos es el preferido y no quiere que quieran a sus querubines con desigual querer. Tomaba nota y se deleitaba, desde luego no el aquello de lo que escribía, que la imagino yo en estrellados restaurantes, de esos cuyos inspectores han proscrito el eterno retorno del cocido. Vi minas antigourmet por todo el camino de vuelta y si no fuera porque llevaba a los príncipes en mi cápsula alguna zanja habría añadido yo al perímetro de seguridad. De grandullón qué voy a decir, que comio la sopa a la altura del texto que le escribí. Y que siguió comiendo cada vez a más distancia de mi retrato, que hoy veo como una minucia para su estómago.
    En fin, que yo advenedizo, enemigo de las unanimidades, siempre en conflicto cuando la ley justa y el afecto se oponen, doy un diez a la compañía, un diez de agradecimiento y de placer compartido.
    El adevenedizo rendido. Me(l)mo(th).
    No releo y pido perdón por las erratas que habrá.

    ResponderEliminar
  3. Estoy empezando a pensar que todo fue una treta de Me(l)mo(th), el maquiavélico.

    Se lo debió pasar teta haciéndoos creer que la reina de Reyes era la volátil hadah.

    Me puedo imaginar la situación y me parto la caja, como dicen los veinteañeros barbudos de ahora.

    ¡Me encanta! ¡Estoy segura de que el Extranjero también se estará partiendo ahora mismito!

    Las hadas tienen el estómago de pajarillo, así que no sé si hubiera aguantado semejante embestida gastro-mónica.

    ResponderEliminar