lunes, 12 de abril de 2010

Mi querida escuela, por Ganna Goncharova (2º Intermedio)

Estudié en cuatro escuelas diferentes durante diez años por “culpa” de mis padres que no tenían una vida tranquila y tampoco la buscaban para mi hermano y mí. Todas aquellas escuelas eran públicas, porque entonces no había escuelas privadas en mi país. Mejor, ya que, ahora que hay bastantes, son un refugio para niños vagos de padres ricos.
En aquellos tiempos éramos todos más o menos iguales. Las chicas con sus vestidos marrones con puños y cuellos de encaje y delantales negros o blancos: modelo sacado seguramente de los manuales de pedagogía alemana para los pueblos sometidos del siglo XIX. Además la tela, que usaban para hacer esta “maravilla”, era tan basta que parecía más apropiada para los campesinos de la Edad Media. Los chicos eran más afortunados en ese sentido: llevaban trajes de color marrón o azul oscuro y camisas lisas de colores claros. Para las fiestas oficiales las chicas llevaban faldas negras y camisas blancas. Sin embargo los chicos llevaban los mismos trajes, como siempre, pero con camisas blancas. Desde el cuarto curso hasta el séptimo todos éramos miembros de la Organización de los Pioneros y añadíamos a nuestros vestidos pañuelos de seda de color rojo anudados al cuello. Durante los últimos cursos teníamos una asignatura de Educación militar elemental y por eso ampliábamos nuestro vestuario con uniformes de estilo militar de color caqui con faldas para las chicas y pantalones para los chicos. Cosa que yo todavía no he llegado a comprender. Seguramente el ministro de educación siempre era un hombre y nunca había intentado hacer ejercicios militares con una falda ceñida.
Además de aprender los modos de eliminar o al menos hacer unas malas faenas a un enemigo imaginario que casualmente hablaba inglés, estudiábamos durante diez años, con una cierta distribución por cursos: lectura, escritura, matemáticas, ciencias naturales, educación física, música, expresión artística, trabajos manuales, lenguas rusa y ucraniana y una lengua extranjera: inglesa, francesa, alemana o española (dependía de la escuela o de la cantidad de maestros), literatura rusa, ucraniana y extranjera, historia: de Ucrania, de la Unión Soviética, del mundo antiguo y moderno, geografía física y económica, química, física, algebra, geometría, astronomía, introducción al derecho, principios de la vida familiar y matrimonial, dibujo técnico, biología e informática.
Cada semana teníamos una hora para información política. Esta actividad consistía en que el alumno al que le tocaba reunía noticias de los periódicos durante la semana y después presentaba en clase lo más interesante y discutible.
Libros de texto había que recogerlos en la biblioteca de la escuela y al final del curso cambiarlos por los libros del siguiente curso. Esas bibliotecas tenían también libros de lectura, enciclopedias, revistas y periódicos. Había también una multitud de las bibliotecas públicas para niños, para jóvenes o para todos. Por eso, cada niño podría recibir educación de cierto nivel, independientemente de las ganas de sus padres gastar dinero en este asunto.
El año escolar empezaba el día primero de septiembre y terminaba en día veinticuatro de mayo. Después se pasaban los exámenes, que en diferentes cantidades había cada año a partir de cuarto curso. No bastaba con esto a nuestro gobierno y nos mandaban a limpiar o pintar la escuela, o a trabajar en el campo como peones (gratis por supuesto).
La comida en todas las escuelas era horrible y peligrosa. Cuando mi madre tenía que examinar las comedores de las escuelas como jefa del departamento de salud infantil y maternal del ayuntamiento, siempre acababa el día con una ambulancia en la puerta. Pero, es conocido, que el gobierno soviético siempre contaba con una atención bastante sádica con relación a la alimentación de sus ciudadanos. Menos mal que clases duraban desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, o en algunos cursos desde la una de la tarde hasta las siete de la tarde. Pues, muchos comíamos en casa.
Echo de menos a mis profesores. Eran buenos profesionales y buena gente. Les debo mucho. Gracias a ellos cada mi escuela era mucho mas que un establecimiento estatal.

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