martes, 24 de mayo de 2011

Un amor tardío

Aún me acuerdo de aquellos vecinos, amables y discretos. Recuerdo cómo espiaba tras los visillos de la ventana de mi cuarto y que ahora los reconozco y envidio como el brillo del auténtico cariño. Superaban los dos los ochentas años, de eso estoy segura, pero unían sus manos y sus miradas como si apenas HUBIERAN vivido 15 primaveras. Los recuerdos y un poco de imaginación... ¡El amor no tiene edad! 

Olena Karpenko

Un amor tardío

Nos conocimos en enero, y el 14 de abril el mundo ya era diferente; un sutil brillo dotaba de aura todo lo que él tocaba, y la risa floja ponía a prueba el adhesivo de mi dentadura y revolvía una y otra vez el millón de mariposas de colores que anidaban en mi estómago desde, aproximadamente, el día de Reyes.

Apenas juntos, los demás, ayudantes, amigos o compañeros, pasaban a ser sombras, y se fundían poco a poco con el mobiliario, y ninguna de sus bromas o comentarios era capaz de afectarnos. Uníamos nuestras manos con tal fe que más de un cura habría sentido envidia. Según supe más tarde, me llamaban "la mujer baba".

Como pasa en las novelas de tapas blandas que llevan un gran corazón rosa en la cubierta, los momentos sin él eran interminables, y con él el efímero suspiro de un gatito...

Ahora, tras dos meses o quizás dos años de su partida, no recuerdo ni su nombre ni su rostro, y mi agotada cabeza mezcla alegría y tristeza al unísono, recordándome a cada instante que, de no haber necesitado respiración asistida y si mis piernas se hubieran visto libres de esta maldita silla de ruedas, podría haberme ido con él a la residencia para válidos.

Porque... no os he dicho mi edad, ¿no?

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