domingo, 21 de junio de 2009

La primera vez

Cuando todo esto (la nada) empezó, hace unos 25 años, iba de mano en mano un libro de Jesús Ferrero que venía encabezado por una cita de algún maestro de la sabiduría oriental: “La pureza extrema es no extrañarse de nada”. En su momento creí entenderla, o quizás fuera que me interesó entenderla e hice como que tal, pero con el devenir de los tiempos, cada vez más extraño y más impuro para los que me rodean, más extranjero, he terminado asumiendo que tampoco es mala esa capacidad infantil de maravillarse, que de vez en cuando no viene mal algo de extrañamiento. Si todo es un déjà vu, o finges que lo sea, apenas hay espacio para la sorpresa. Caerse del guindo a diario tampoco es bueno para los huesos. Así que lo dejaremos en un punto medio.

Es desde ese istmo desde el que escribo: entre el nihilismo y el infantilismo, bandeándome en esta profesión entre el pasmo más absoluto y el alucine perpetuo: permanentemente perplejo. En medio de este devaneo me ha dado por reconocer, a modo de pequeños estremecimientos, media docena de momentos en los que las cosas sucedieron por primera vez.


Mi primer día en el Departamento de Español fue, previa cita telefónica, con mi Jefe directo. Tercera planta, parte nueva, enfrente de Ruso. Llegado el día me presenté ante el entonces Zorro, que me recibió tras una enorme mesa de patas metálicas. Me reconoció enseguida: ave de paso. Estaría un añito… o dos a todo tirar, y a volar. Se equivocó en los pronósticos. Como me dio la información justa y precisa, y las llaves necesarias, sin más órdenes, y yo soy de poco preguntar, pensé que me lo estaba poniendo sospechosamente fácil. Pero fue tal cual: no había letra pequeña. Pide lo que necesites y se te dará (solo si lo hay, apuntó). Me entregó de segunda o tercera mano un Fórmula 1 (¡así se llamaba el viejo método de Santillana!) y me autogestioné, me autoabastecí y me autorreciclé, al más viejo estilo: dándole al martillo en los boxes y entrenando a tope en los simuladores.
Lección número uno: Dándole la vuelta a la primera ley de Murphy, “Si algo puede salir bien, saldrá bien”.
O bien, contraviniendo el quinto corolario de la misma ley: “Cuando las cosas se dejan a su aire, el viento se coloca en popa (a favor)”.
A mi primera Prueba de Nivel, pocos días después, llegué quince minutos tarde. Los autobuses de La Oscense, cuando aún no había autovía Huesca-Zaragoza, tenían esas cosas. El Jefe aceptó mis excusas, pero su mirada al bies dejó claro que, de repetirse, aquello podía convertirse en una película de John Wayne, con las sillas volando por los aires y el pianista en los pedales.
Lección número dos: Si algún día tienes que retrasarte, nunca lo hagas en tu primer día de trabajo.
O bien: No duermas con tu novia en Huesca la víspera de tu primer día de trabajo.

Para mi primera clase en la Escuela, año 1994, pedí la lista de clase el viernes anterior con el fin de habituarme al exotismo de los nombres. Venía de un sitio en donde pronunciar mal la doble ele final (de Meritxell Bofarull, por ejemplo) suponía una condena por etnocentrismo. Entré en la 305 pensando que entre Weifen y Weifan, Andrea y Andreas, Olesya y Alesya, nadie iba a ser capaz de responder ni de subir la cabeza. Pero no fue así: todos a la altura de mi esfuerzo, alumnos más agradecidos que susceptibles.
Lección número tres: No hay ningún nombre “impronunciable”, como les gusta decir a los periodistas deportivos.
O bien: Decir Jorge Gutiérrez es mucho más difícil que decir Qin Qin.
A las seis o siete semanas escuché el primer comentario del Jefe (debo decir que tenía alumnos “infiltrados” en mis clases): “Me da a mí que eres un fajador”. No supe entonces si tomarlo como un cumplido o como una admonición. Con el tiempo lo ha sustituido por “correoso”, y he dado en pensar que ya entonces era un cumplido, pues me estaba diciendo que, tambaleantes y boqueando y aun con el tabique nasal partido, era capaz de aguantar asalto tras asalto, sin muestras evidentes de desfallecimiento, hasta el toque de campana, hasta el final del tercer torito, la tercera clase de 90 minutos que dábamos día tras día con el consentimiento de la autoridad competente.
Lección número cuatro: En el cuadrilátero del Departamento no se arroja la toalla fácilmente.
O bien: Aun cuando suene la campana (el viejo timbre en nuestro caso), sigue dando mamporros, aunque sea al aire.
La primera cena con alumnos (creo que fue en “El fuelle”) la pasé corrigiendo, a petición de los alumnos, los usos del subjuntivo, de los complementos indirectos y los reflexivos, y hasta hubo quien preguntó por las normas de uso de las preposiciones.
Lección número cinco: Deja todas las preguntas contestadas en clase.
O bien: Apúntate a la moda del enfoque comunicativo: decir buffffffffff! a veces es suficiente.

Para la primera clase de este curso que termina preparé una de esas multimedia, con conexión inalámbrica a internet, ordenador portátil y cañón de proyección sobre pizarra blanca. Lo dijo Hitchcock: “Se empieza con un terremoto, y de ahí hacia arriba”. Lo dijo Flaubert: “Pour épater le bourgeois”. Pero, cosas del directo (Hitchcock era maestro del suspense y Flaubert del desnudo), aquel 1 de octubre todo salió mal. Ni hubo conexión consistente a internet ni sonido mínimamente audible ni más cañón que el del corazón. Y di toda una lección de improvisación, al más puro estilo hispano. La futura delegada preguntó algo sobre los Niveles del Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas y ahí me agarré, solté el rollito, lo estiré ante una audiencia solidaria y agradecida y pospuse en el youtube la canción Maneras de vivir (Leño), que era lo que tenía previsto. Fue el comienzo de una larga amistad con aquel Segundo de Avanzado (primer cuatrimestre 2008/09), que aún dura, barbacoa mediante.
Lección número seis: Dedica al menos una hora de cableado previa a tu primera clase.
O bien: Contrata un mínimo de un par de técnicos (uno informático y otro de sonido).
O bien: Empieza el curso de una manera normal; formal.

Corolario: En el Departamentodondenuncapasanada no pasa nada.
O bien: No pasa nada en el Departamentodondenuncapasanada.

Ha habido más. Más veces y más primeras. Más íntimas y más bonitas. Como la primera vez que nos presentaron a la bajada de los Ibones Azules, o la primera vez que la vi, yo pensando que era aquí, y resultó que fue en Viena, según me aclaró. Y también más íntimas y de otra índole, más dolorosas. Pero mi exhibicionismo no da para tanto. Y aquí seguimos, recosidos y recompuestos, esperando la próxima primera, que a buen seguro no será la última.

1 comentario:

  1. Interesante reflexión sobre la inocencia docente perdida. Los que la perdimos bien perdida hace años apenas la recordamos y por eso vamos por la vida disfrazados de zorros, aunque nuestro corazón busque el nirvana y la iluminación pero, desde que la energía es dirigida por multinacionales, eso de la iluminación, la claridad y la mística se está poniendo cada día más difícil.

    Sin embargo, se te adivina un cierto pudor "que queda balbuciendo"...
    ¡Que pasen los años y no lo pierdas!

    Salud!

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