martes, 16 de noviembre de 2010

San Petersburgo, Rusia

(Por Diana Ivanova)

La primera ciudad europea en Rusia se llama “la Ventana a Europa” y “la Venecia del Norte”, la capital del Gran Imperio, la capital de la cultura y la ciudad que cambia la historia del mundo -eso es San-Petersburgo. La gran ciudad, misteriosa y hermosa… te atrae y te agota..., te alegra, te inspira y te entristece... Tiene un poco más de 300 años, pero son años completos de historia. Cada calle pequeña, cada puente, cado trocito de tierra respiran historia y pueden contarte muchas leyendas. Allí hay diferencias –el lujo y la miseria, la magnificencia de la arquitectura y la inexpresividad de los barrios. Pero esa ciudad puede conquistar tu alma para siempre.


Os recomiendo ir allí al final de la primavera para ver las noches blancas, pasear a lo largo del río y esperar el amanecer, que es muy romántico. Hay muchas fiestas en ese tiempo, pero por otro lado hay muchos turistas. O al principio del otoño dorado, para disfrutar de la ciudad, de la belleza de los parques y los palacios, de la variedad de los museos y de los actos culturales. Solo una cosa que es muy importante- independientemente de cuándo y por qué tú vas allí, deberías visitar al menos un museo o un teatro, porque para la mayoría de la población visitar los museos o teatros es una costumbre, gracias a que hay gran elección de lugares y cada uno puede encontrar algo a su gusto. Estamos orgullosos de la multitud de nuestras notabilidades y por eso nos encanta esa costumbre.

Me traería desde San-Petersburgo a Zaragoza un poco de lluvia en verano y me llevaría al contrario un poco de sol. Es que la lluvia-agua es la vida y el sol es la alegría y la felicidad. Aquí y allí hay un poco demasiado de uno y no es suficiente del otro. Quizá después sería el equilibrio completo.

Mi ciudad ideal sería la más pequeña posible. Estaría en un lugar bonito y verde. Habría un bosque, una montaña donde habría cuevas de brujas y un río donde vivirían sirenas. Allí siempre sería verano y sólo una semana de Navidad nevaría. Todo sería mágico alrededor. No habría ni dinero, ni enfermedades... ni nada, ni nadie malo. Y cada día sería un cuento nuevo.

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