jueves, 16 de abril de 2009

El departamento donde nunca pasa nada


Me había propuesto relataros mi experiencia cuando trabajé en el Departamento donde nunca pasa nada, pero efectivamente, como allí nunca pasa nada tampoco se me ocurría algo que contar. Ayer, una amiga que tengo desde la más tierna infancia, me narró una fábula antes de dormir, y aunque nada tenga que ver con mi paso por este Departamento, me fascinó la coincidencia del título.


El Departamento donde nunca pasa nada



Hace algún tiempo, cuando ya se intuía que las nubes no eran de algodón, pero todavía no estaba comprobado por la Ciencia, una rata de agua con un lazo rojo atado escrupulosamente a su larga cola, nadaba despreocupadamente por las aguas del río Ebro.



Era un plácido día de vientos calmos y la rata se dejaba transportar por la corriente en absoluta libertad. Así, nadando y nadando hacia ninguna dirección, encontró un túnel, un túnel subterráneo y acuático, naturalmente, y de repente, sintió una profunda curiosidad por atravesarlo y descubrir qué se hallaría al otro lado.


Dudó un instante, las aguas que ahora habitaba eran cálidas y dulces, y ella había escuchado muchas historias acerca de gatos feroces que pueblan la tierra firme y que, de un solo zarpazo, son capaces de acabar con la vida del más valiente de los roedores. Por un instante, su pequeño corazón de rata comenzó a acelerarse ante las fauces oscuras de aquel túnel, pero la atracción por conocer seguía resultándole mucho más sugerente que los propios fantasmas, así que, tomando una enorme bocanada de aire, sumergió su cuerpecito y se metió, sin pensarlo, en aquel agujero negro lleno de silencio. El primer impacto de agua helada casi la deja sin sentido, pero en seguida lo recobró cuando fue recibida por un remolino que la zarandeó violentamente haciéndole perder por completo el control de sus movimientos, sintió un estruendo de cisterna enloquecida y, por fin, vio la luz. Vomitó todo el líquido que cargaban sus pulmones y respiró. Casi no podía creerlo. Respiró. ¿Pero dónde estaba? Se encontraba en una especie de embudo, flotaba en una minúscula piscina y cuatro paredes blancas que se iban ensanchando hacia arriba la rodeaban; escuchó una voz grave cantando... ¿ópera? Intentó serenarse, recobrar la razón y pensar con cordura, pero mientras lo intentaba comenzó a cernirse sobre ella una sombra cada vez más cercana, le entró pánico y quiso escalar aquellas paredes de cerámica, resbalaban... Imaginó unas tenazas que la pinzaban por la cola y la sacaban en volandas del agua. La voz grave dejó de cantar y habló.


- Hola- dijo el oso.

A vista de pájaro, se ubicó mínimamente: Desde el túnel había llegado al wáter de algún lugar y ahora la sujetaban por los aires los dedos índice y pulgar de un oso enorme.

- Hola- contestó la rata bastante enojada. - ¿Podrías hacer el favor de bajarme? Vas a estropearme mi lazo.

- ¡Oh, perdona! No era mi intención. Me dio la sensación de que ahí dentro no estabas muy cómoda. – Y depositándola con cuidado sobre el lavabo, el oso dio media vuelta, abrió la puerta y echó a andar canturreando... ¿ópera?

La rata lo siguió a prudente distancia y vio cómo entraba a un despacho donde había un letrero que versaba “EL DEPARTAMENTO DONDE NUNCA PASA NADA”. Sí, la rata se sentía tan desconcertada como tú. Todo aquello era absurdo. Así que decidió saber, de una vez por todas, hasta qué mundo había viajado. Retrocedió unos pasos, tomó impulsó y echando todo el peso de su cuerpo sobre la pesada puerta, la abrió. La inercia la obligó a caer justo encima de un escritorio. Lo que allí experimentó la dejó sin habla: una luz de tibieza anaranjada acariciaba cada poro de aquella estancia sin esquinas; decenas de papeles, ingrávidos, danzaban por el aire al ritmo de Medeleine Peyroux; el sonido de las teclas de dos ordenadores se acompasaban en armonía confusa; el aroma del café recién hecho se mezclaba con incienso de jazmín. Las palabras la rescataron, sólo a medias, de su ensoñación. 


(Ilustración: Cronopia)


- Bueno, ya era hora de que llegaras.

Levantó la vista hacia la procedencia de aquel reproche y se encontró con los ojos amarillos de un zorro que fumaba nervioso y que no dejó, ni por un instante, de escribir sobre uno de los ordenadores. La música era incesante.



- ¿Yo?- Se extrañó la rata de que aquel animal le recriminara su retraso.

- Sí, tú.- Deberías haber estado aquí hace ya dos semanas.

- Pero...

- Ella no tiene la culpa.- La disculpó el oso desde el otro lado del espacio.- Seguro
que el Gobierno no la ha avisado antes. Acaba de llegar, la he encontrado en los lavabos bastante aturdida. La rata le sonrió al oso en muestra de un agradecimiento que aún no sabía con exactitud a qué se debía.

- Está bien.- Zanjó el zorro sin resentimiento.- ¿quieres un café antes de ponerte a
trabajar?

- Bueno... no sé...

- Quizá, primero, deberías observas las fotos- comentaron los dos animales al unísono, al mismo tiempo que, los papeles bailarines se adhirieron a las paredes tornándose fotografías. La música cesó, la luz se hizo verde trópico y tanto el oso como el zorro, muy serios, pausaron su trabajo y la miraron expectantes.

La rata, que era miope, se puso sus gafas de ver lejos y pudo vislumbrar húmedas selvas, anchos ríos, sonoras cascadas, bellos nenúfares, la memoria de los árboles, montañas verticales, icebergs... Aquel paraje era fascinante...

- Es Latinoamérica.- explicó el zorro. -Son los testimonios gráficos que realicé en
una expedición para descifrar el misterio. Allí la mayoría de la gente carece de lujos, pero no creen en supersticiones, ya tienen claro que las nubes no son de algodón, sino de agua, y que gracias a la lluvia se fertiliza la tierra y existe la vida.

- ¡Ajá!.- exclamó la rata sin saber muy bien qué más añadir. Sin duda alguna, aquel zorro era un estupendo fotógrafo, pero su intuición le susurraba que no era ése el motivo de la exposición.

- Bien.- confirmaron los dos animales de nuevo al unísono, y la danza continúo en tonos naranjas.

- Esa será tu zona de trabajo.- Le informó el zorro a la rata señalándole la tercera y única mesa vacía de la estancia. Tú sustituirás al Hada de la Lluvia.

- Yo...

- No te han informado de nada, ¿verdad?.- Adivinó el oso.

- Pues...

- Somos un equipo de investigación.- prosiguió el zorro- nuestro deber como funcionarios era demostrar que las nubes son de algodón blanco, sin embargo nuestros descubrimientos apuntaban a que esta premisa era falsa. El Hada de la Lluvia se reveló contra la normativa siguiendo una investigación paralela y consiguió probar, científicamente, que las nubes son, efectivamente, de agua. El Gobierno la acusó de hereje y a punto estuvo de ser quemada en la hoguera si no fuera por su gran poder de transformación que la llevó a convertirse en profesora de matemáticas. Desde su desaparición, no llueve en la Tierra. El Gobierno ya ha pedido disculpas por su tremendo error y ahora nuestra misión es encontrarla. Las últimas pistas nos dirigen hacia centros de secundaria. Tenemos que hallar el conjuro que nos comunique con ella y le haga saber que ya está a salvo, sólo con su regreso volverá la lluvia y la tierra no morirá. Así que... ¡a trabajar!

- El tiempo nos pisa los talones.- Añadió el oso.- La Tierra sólo podrá resistir siete meses más sin el alimento de las nubes.

- Creo que ahora sí me tomaré ese café... con un poquito de ron, por favor.
Aquella fauna trabajó sin descanso, rastreando en bibliotecas virtuales todos los conjuros posibles desde los remotos tiempos. Cuando creían haber dado con el correcto, el oso daba pie y los tres animales entonaban su canto mágico... Pero el tiempo seguía su curso, y hasta el momento, sus investigaciones no habían dado ningún fruto. A 27 horas exactas de la extinción de la vida en la Tierra el oso hizo una pausa.

- Compañeros, - apeló- tengo una idea que no tiene nada que ver con una idea.
Necesitamos relajarnos. – Y dicho esto extrajo de su maletín de cuero de oso una cajita con largas y finas agujas que comenzó a clavarlas, y a clavarse, por las seis orejas que compartían aquella estancia. Inmediatamente sintieron como la calma se apoderaba, primero de su propio cerebro, recorriendo la espina dorsal y llegando hasta la punta de sus sesenta dedos. Cerraron los ojos y se transportaron, durante un tiempo que no tengo tan claro que fuera tiempo, a un lugar de quietud en el que no parecía que nunca hubiera pasado nada. Al abrir de nuevo los ojos, el zorro descifró el silencio.

- ¡Ya lo tengo! Rápido, al jardín.- Y hacia allí se encaminaron bajando las escaleras de tres pisos tan raudos como pudieron. Eligieron la parte de césped que aún sobrevivía a la sequía y, con el lazo rojo de la rata de agua, trazaron un círculo. De pie ante la circunferencia, con la certeza de que esta vez obraría el milagro de la Ciencia, comenzaron a cantar el conjuro con toda la potencia de sus voces. Más o menos fue algo así:

“Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, que sí, que no, que caiga un chaparrón, que rompan los cristales de la estación.”

Se levantó una brisa. A lo lejos, en un cielo azul de cuento, asomaban las primeras nubes que tímidamente fueron congregándose sobre las cabezas de los cantantes-científicos hasta convertirse en verdaderos nubarrones. Cayeron gotas, la Tierra entera abrió sus fauces preparada para beber el alimento. Y la lluvia se hizo. En el círculo mágico aparecían delicadas flores asilvestradas de color lila que disfrutaban, cuando les ponías un lienzo ante su rostro, de lanzarse sobre el pergamino dibujando con sus pétalos, figuras de gatos.



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