miércoles, 18 de noviembre de 2009

Todo lo que puede pasar en un DIA/día

¿Puede haber algo más patético, además de económico, que un supermercado DIA en sí mismo? Pues sí, tantas cosas… entre ellas, trabajar en uno de ellos, ubicado en un barrio de drogatas empeñados en atracar la caja una y otra vez, y con un contrato por horas.

¡Podría contar tantas cosas que se sucedieron en aquel local, pero han pasado tantos años y la memoria es floja! Recuerdo, eso sí, a la encargada, una chica que ponía tanto empeño en la labor que se le iba la vida, literalmente, en ello. La recuerdo peleándose con las gitanas de turno, que se llenaban los bolsillos y los refajos de cosas increíbles, sustraídas al descuido. Aunque ella, de descuidada, no tenía ni un pelo, así que siempre les acababa pillando. Lo bueno venía cuando les hacía sacar todo. Para mí era todo un misterio, resultaba bastante difícil comprender cómo puede llegar a meterse una persona tantas cosas y tan grandes entre su cuerpo y su ropa. De allí salían, indefectiblemente, latas de atún, paquetes de arroz, plátanos, etcétera, pero sobre todo, sobre todo, salían medias y colonias de todos los olores y tamaños.

También le recuerdo salir corriendo de la tienda como una posesa tras un gachupino, en vano, pues éste lo hizo a mayor velocidad, e inalcanzable resultó: el individuo acababa de entrar en el almacén, que hacía las veces de vestuario, y de robar una cartera. Adivinad de quién era; pues eso, de la pardilla, o sea la mía.

Pero, principalmente, la anécdota que recuerdo con mayor intensidad es, ya que es algo que no me suele pasar todos los días, cómo se me murió un hombre entre los brazos. Dicho así, a voz de pronto, suena un poco fuerte, pero sacándole el punto Almodóvar a lo que tuvo la cosa, una se ríe cada vez que lo recuerda.

Era el lunes de mi última semana entre los habitantes del país llamado DIA. Unos días más, hasta el sábado, y mi contrato habría finalizado; lejos de mi mente estaba suplicar que me lo renovaran, ¡y no porque en el fondo no me lo hubiera pasado bien como espectadora de la vida real que veía pasar ante mis ojos cada día por tan curioso lugar!

Como iba diciendo, era lunes por la tarde, de repente oigo un estruendo delante de mi caja, como un caer de algo pesado, me asomo y veo a un pobre hombre mayor desplomado; salgo a toda prisa de la caja, me aproximo y lo tomo por la cabeza. El buen hombre se empieza a poner de todos los colores del arco iris, uno detrás de otro: rojo, amarillo, azul, verde… y ¡zas!, lanza un profundo suspiro y se queda con los ojos perdidos en la nada… ya no respira. Recuerdo perfectamente aquella mirada extraviada…

Los segundos que vinieron a continuación no los recuerdo bien, supongo que avisé a la encargada, a la encargada en este caso de cerrarle los ojos al muerto, mientras yo sollozaba y temblaba como un pajarillo recién caído del nido.

El shock había sido tremendo, no podía dejar de llorar. Pero, entre sollozo y sollozo, recuerdo perfectamente las palabras de la encargada, dictadas como una sentencia: “Ponte a cobrar”.

¿Ponte a cobrar? ¿Junto al cadáver? ¿Qué hago, lo aparto más para allá o qué? ¿Cómo se puede ser tan cretina?- pensaba yo.

Mas el problema no radica en el mandato de la encargada, en qué hacer con el cadáver, en si obedecer u oponerse, no, ¡sino en cómo puede llegar a ser la gente tan despiadada de ponerse a saltar sobre un muerto, todavía caliente y humeante, para que le cobren dos cajas de leche y cuatro yoghurts!

Sí, señoras y señores, ésta es la España de hace años, pero también la de hoy. Claro que sí, se les cobró; cobré, sorbiéndome los mocos, a cuantos en la tienda se encontraban en ese momento. Ni uno dejó la compra en la cesta y se marchó por donde había venido. Ni uno.

Después, cerramos, acudieron los jefazos, la ambulancia y finalmente, el juez. Pero ésa es otra historia…

Pero lo que me encantó fue la pregunta de mi amiga María, ella tan socarrona, cuando le relaté la historia: Pero al muerto, ¿con qué lo tapastéis, con una manta o con bolsas del DIA?

5 comentarios:

  1. Seguro que con las bolsas de DÍA no, porque cuestan una pasta y no está el comercio para hacer dispendios.

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  2. Cierto, seguro que se las habrían hecho pagar a los familiares del finado.

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  3. Uy, perdona, An Arco de flechas doradas, porque soy una auténtica despisthada. Me refiero a darte las gracias por haber creado un rinconcito para mí. Es todo un honor, de verdad. Gracias. Eres un cielo, o dos.

    Tal vez algún día, cuando tenga tiempo y ganas, aprenda a crear un blog y entonces, serás mi invitado especial. Todos los del departamento, y anexos, estaréis invitados. El Extranjero sería el fotógrafo del asunto, y tú, el decorador. Y yo, hala, a escribir tonterías sin parar...

    Prometo seguir entreteniéndote, entre clase y clase, con alguna nueva/vieja aventura, laboral o no.

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  4. Menos mal que te has dado cuenta de que te había preparado un buen sitio junto a la ventana y cercano al hogar de la chimenea para que, encaracolada sobre tu cojín damasceno -propio de reinas como tú-, nos alivies el tedio con tu verbo fácil, barroco, cargado de escritos al margen, de lectora impenitente y noctámbula.
    Si alguna vez creas un blog, me conformo con ir de defensa escoba, rastrillando todo lo que sobre. Quizás así alcance alguna vez "la iluminación", como el discípulo que la alcanzó preparando el bol de arroz a su maestro.

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  5. Gracias, AA, por tu cojín damasceno.

    El peculiar y bueno de Vladimir ya lo intuyó hace muchos años, lo de que necesitaba un cojín para mi trasero de gata parda.

    Yo entraba a "bombo" -por la pequeña gremlin che mi portava dentro, esperando a salir- y platillo en clase de ruso, y allí estaba mi blandito cojín colorado, que él, con mucha paciencia y cariño, me acercaba al aula cuando yo me he olvidaba de pasar antes por el departamento.

    Se puede decir que así se me hicieron menos 'duras' las dos horas de clase.

    Era la podushka para la diebushka.

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