martes, 2 de noviembre de 2010

Octubre, octubre


Si no fuera por amor, ¿cómo podría existir nada?(José Luis Sampedro, Octubre, Octubre)

Pasaron los días. Octubre se acabó. Vinieron las nubes, los vientos y lluvias otoñales, que aquí son crónicos, y yo seguía en tratamiento médico.
(Fernando Aramburu, Viaje con Clara por Alemania)


Octubre es un mes con marcados antecedentes revolucionarios, un mes al que, en caso de personificarse, el personal de aduanas miraría torvamente en el cruce de fronteras, con el fin de averiguar qué afilada arma esconde en el tubo de dentífrico a la hierbabuena. A sus hechuras de rebelde y a su aire sospechoso, se le suma un pelo otoñal y enmarañado, un aspecto desaliñado, propio de alguien que (saliendo del adormecimiento) se levanta del sofá tras una profunda siesta, merecidamente larga e involuntariamente interrumpida.

Los que, como yo, contamos los años por cursos, sabrán de qué estoy hablando. Octubre pone a cero el cuentakilómetros, y asiste implacable al didáctico milagro de la resurrección. Así pues, en uno más de sus guiños, el que me precede en las entradas (Arco, An), me da la alternativa torera como una oportunidad para rehabilitarme. Y da cuenta de Labordeta. ¿Qué muerte? Gracias al quinto elemento del Departamento, el Spotify, hemos desgranado en estos días el Rosa, rosae… rememorado el Hoy no ha venido a clase… resucitado el He cruzado la lluvia de tus pechos igual que albatros al volar… O ese poema de su alter ego, Miguel, que vale por un mes entero (octubre): Retrospectivo existente. De lo otro, del nacimiento editorial de la guía de El viaje a ninguna parte, solo me cabe, como parte interesada, mirar a las estrellas, y desearle que, como nativo del signo Libra, quede tocado por el amor crepuscular a la belleza, la armonía y la sensualidad. Por ejemplo.

Volviendo a los rigores del calendario, octubre nos sorprende, como cada año, con una suerte de doble comienzo de curso, como si amagara el golpe. La corta estela de días rojos en torno al 12 confirma que el Día de la Raza no es una de las muchas hojas caídas. El fervor pilarista sacude las calles; una masa humana pugna por salir de la ciudad, al tiempo que una doble masa empuja para entrar. La Escuela de Idiomas es en octubre lo más parecido a una terminal aeroportuaria de salidas internacionales en pleno mes de agosto. Largas filas de alumnos despistados, ávidos de viajar a alguna parte, se agolpan en el mostrador de Conserjería con el fin de ser facturados a sus respectivas puertas de embarque (102, 208, 305…).

Y, para colmo, en el filo del Día de los Muertos, los Políticos Reunidos Geyper vuelven a desincronizarnos la paz y el sueño con su decreto de cambio horario. Y, como el Mediterráneo encabritado que tengo enfrente (¿En qué lado del mar está tu vida, en qué lado del mar está la luz?, que diría José Antonio), me veo arrastrado por la confusión reinante de este indomable octubre: ¿Es una hora más o una hora menos? Entonces, ¿hay que atrasar o adelantar los relojes?... ¿Truco o trato?

Tened piedad.

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