martes, 28 de diciembre de 2010

De idiomas, putas y sabios

Pese a que no me prodigo como anteriormente en mis reflexiones, me gustaría acabar este año con algo que me sucedió hace unas semanas y que aún me mantiene sorprendido.
Una tarde, yendo a comprar a una tienda de la que me habían hablado, entablé conversación amable con su dueño, quien se identificó como extranjero (permítaseme no desvelar su nacionalidad). Mientras hablábamos, le comenté que yo tenía una buena amiga de su misma nacionalidad que vivía aquí desde hacía años. Él me contestó que era extraño que ella siguiera aquí porque, con motivo de la crisis económica, todos se habían ido, pues no quedaba nada “que robar” y añadió que la mayor parte de sus compatriotas emigrantes o eran putas o eran ladrones. Tras esta frase, la conversación entró en decadencia silenciosa y opté por terminar de comprar y salir de allí lo antes posible.
La sorpresa proviene de que debería suponer que entre mis alumnos, aunque sólo fuera por un simple cálculo de probabilidades (26 cursos multiplicados por un mínimo de 300 estudiantes por cada curso), ha habido quienes se dedicaron a la prostitución y al robo, tanto como medio de supervivencia como de profesión mínimamente lucrativa.
La realidad es que en estos 26 cursos, pese a que mi oído se va haciendo más duro inmisericordemente, mi vista y mi capacidad de observación se han agudizado y no tengo en mi memoria ningún caso en que se pudiera haber inferido que tal alumno o cual alumna eran ladrón o puta.
De aquí extraigo dos ideas importantes: una, que latrocinio y prostitución son como disfraces, con los que las personas se visten para sobrevivir en un mundo extraño, ajeno y agresivo, cruel y abusivo. Dos, que el deseo de aprender y conocer borra en las aulas cualquier estigma que los individuos puedan arrastrar de su vida extraescolar.
Creo que el hecho de aprender un idioma, especialmente si es el del país al que te has desplazado a vivir, significa un cambio de actitud, un deseo de conocer, de contactar, de profundizar, de dejarte imbuir y anegar por cuanto el idioma lleva dentro de sí: una cultura, una forma de pensar, una actitud ante las cosas, una forma de entender el mundo. Y es este aprendizaje el que te permite presentarte ante el mundo con la imagen verdadera, con la máscara que todos llevamos, con la persona que todos somos. El aprendizaje de un idioma, especialmente para los extranjeros, les permite (nos permite) recuperar la dignidad de ser personas. Ya no son extraños, ya no son extranjeros. Son lo que son, pero en ellos habita un deseo de convivencia, de respeto, de conocimiento y de estabilidad.
Creo también que muchas veces somos nosotros, los señoritos del cortijo, los dueños del cotarro, los otros, los que cada día les enseñamos mal: con nuestras actitudes, con nuestro ejemplo, con nuestros displicentes desprecios, con nuestras caras de asco, con nuestras mentiras, con nuestros abusos, con nuestra maniquea forma de ver el mundo, con nuestro exacerbado protagonismo en esta obra vital. Somos nosotros los que no les ayudamos a ser lo que desean ser. No les permitimos empezar esa nueva vida que han venido a buscar. No les dejamos redescubrir esa dignidad de ser humano con la que todos nacemos.
Los sabios chinos, que eran sabios mucho antes de que en Europa hubiéramos bajado de los árboles, decían entre otras frases: “La naturaleza nos iguala; la educación nos diferencia” (San Zi Jing). Y con ello no querían decir otra cosa que todos somos iguales en origen y que es la educación, el deseo de aprender, la capacidad de comprender la que nos da la posibilidad de añadir colores, de dar variedad, de alegrar el paisaje, de combinar y de hacer estallar la vida en su plenitud y en sus potencialidades.
No entiendo de putas, ni de ladrones, ni –tristemente- tampoco de sabios. Sólo sé que cuantos se reúnen a mi alrededor cada mañana son personas, son seres humanos marcados por sus circunstancias, pero que se exponen, que se muestran, que se abren por dentro, con el solo fin de percibir, de recibir, de retener, de agradecer, de destilar, todo lo bueno que podamos enseñarles y todo lo bueno de cuanto portamos como nativos.
Deseo que el nuevo año nos haga más y más persona y que el 2011 renazca la esperanza y vuelvan las putas, los ladrones, los sabios o los que quieran a este país que se nos va quedando frío y con rigor mortis.
Os deseo lo mejor.

3 comentarios:

  1. ¡Señoritoooo! Sí, usted, el del oído inmisericorde:

    ¡Cuánto echábamos de menos sus sabias palabras, y más desde que ya no se prodiga! Me sumo al desconcierto: toda vez que el sillón de sabio está visiblemente ocupado, solo me queda elegir entre puto o ladrona para enrolarme a su misma tropa. Creo que optaré por una combinación de ambos pelajes. Todo sea por el mimetismo.

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  2. Caro Extranjero:
    Este sillón en el que dices que me asiento es tuyo desde siempre y te agradezco que me hayas dejado sentar mis posaderas para seguir camino. Pero, de cualquier manera, gracias por tus amables palabras.
    Por lo que respecta a la elección entre ladrón o puta, he de decirte que a los mercenarios nunca se nos ha exigido que nos definamos.

    Abrazos

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  3. Mis felicitaciones por tus palabras cargadas de razón y tan bien pronunciadas. Este curso te prodigas menos,sí, pero cuando lo haces, te empleas a fondo.
    Tengo la inmensa fortuna de codearme con dos fenómenos tocados por las Musas: El Extranjero y tú. Como ya sabéis, me descubro ante vosotros y vuestras dotes en el difícil uso de la palabra justa, de la expresión certera, así como ante vuestra fina sensibilidad.
    Y comparto tu opinión sobre nuestros alumnos, a los que considero gente muy especial, personas valientes, decididas e incluso heroicas en algunos casos, que se han lanzado a la aventura de venir a nuestro país por diversas razones,trayéndonos el regalo de que nuestras mentes se hagan más abiertas y la constatación de que el ser humano es, en su esencia, igual, sin importar su procedencia.

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