sábado, 23 de abril de 2011

Aquellos locos bajitos…

No soy Pau Gasol, ciertamente y la vida la veo desde una altura diferente. Sin embargo, debo decir que en todos estos años en que he disfrutado y disfruto de una altura de ojos de un metro ochenta, tengo la sensación de que he visto la vida de un modo diferente. No especial, pero diferente. Lo más especial es y fue que a lo largo de mi vida me he encontrado con gente a la que yo podría catalogar como “bajita”, sin que eso sea menosprecio alguno, sino más bien un inmenso cariño y ternura.

Por otra parte, al calificar a estos bajitos de “locos”, tampoco quiero hacer del término algo peyorativo, sino más bien marcar que tuvieron el acierto de hacer algo diferente de los demás, algo que les gratificó y con lo que se ganaron el pan para ellos y sus familias. Estas locuras eran todas sanas, sanísimas y a veces tan sanas que podrían hasta pasarnos desapercibidos.

De entre mis andanzas de abuelo Cebolleta, me gustaría retomar la de tres personas ilustres que animaron mis tiempos de Universidad. El primero fue D. José Simón Díaz, catedrático de Biblioteconomía y Bibliografía. Recuerdo que tuvimos nuestro primer encuentro en Tercer curso de carrera. Teníamos clase a las 9 en punto de la mañana y debo decir que con el tráfico de Madrid, entonces y ahora misión imposible, se hacía realmente difícil llegar a clase a la hora.

Por eso, como ya no llegábamos, pues qué mas daba quince minutos más o menos. Recuerdo sus clases como somníferas, abundantes, espesas de datos y de tecnicismos. Recuerdo cómo el reloj no terminaba de mover sus manecillas en dirección a la libertad. Recuerdo también las prácticas en el edificio B, donde catalogábamos cosas increíbles, fotocopias extrañas, libros impensables. Y recuerdo que una vez superada la crisis de esta asignatura, tuve el placer de charlar amablemente con D. José en su despacho y vi cómo sus ojos se iluminaban de alegría hablando de libros, de encuentros, de sorpresas, de investigaciones, de proyectos. Es decir, si en clase se parapetaba tras la abundancia teórica, en el despacho se abría a su amor profundo por los libros y por lo que cada uno de ellos contenía. Mi intento de hacer una tesis bajo su dirección naufragó bajo los consejos de D. Fernando Lázaro Carreter, que justificó su opinión diciendo que una bibliografía jamás podría ser una “tesis” en su sentido más estricto, filológicamente hablando.

El segundo loco bajito que vieron mis ojos desde el altozano fue a D. Dámaso Alonso. Lo conocí también una tarde de Tercero de carrera. Él daba una conferencia en un lugar incierto en estos momentos para mi memoria. Yo ya había leído sus poemas: Oscura noticia, Hombre y Dios, Hijos de la ira… y también empezaba a internarme en su parte más filológica: Poesía Española,… Recuerdo sobre todo la anécdota que de él contaban sus coetáneos del 27 en la que que le situaban de jovenzano, una noche de estudiantil botellón, haciendo sus necesidades mingitorias frente a la puerta de la Real Academia, de la que acabaría siendo su Presidente. Pues bien, le recuerdo vestido y trajeado, encorbatado al uso, con poco pelo y gafas y cómo lo presentaron brevemente y cómo empezó a leer su conferencia. Lo que más me sorprendió fue el maravilloso y atronador tono de su voz. Era como si alguien tuviera dentro un inmenso amplificador, no solo de sonidos, sino de corazón, de conocimientos, de sabiduría, de cercanía, de sentimientos. Si sirve de algo, conviene recordar que él fue un gran admirador del romanista Leo Spitzer, defensor del “idealismo” filológico, donde el investigador intenta expresar con palabras lo que el autor siente o la visión del autor, más que el detalle filológico y más que la disección culta de la obra. Recuerdo sus estudios “locos” –y me refiero a su locura sentimental y de corazón- sobre San Juan de la Cruz y recuerdo que en aquellos momentos me habría gustado ser tan bajito como él.

Finalmente, otro de los bajitos ilustres con los que me encontré a lo largo de la carrera fue con D. Emilio Alarcos Llorach. Es curioso pero cuando se subía al estrado en las Jornadas y Congresos a los que asistía como ponente y yo como somnoliento oyente, tenía bastante mal aspecto. Era bajito y también trajeado, calvo y con gafas, con voz no tan fuerte como D. Dámaso, pero había en él un estilo de marcado tono franquista. Había algo de mandurrutón y también algo de paternal. Sin embargo, sus exposiciones eran maravillosas, didácticas, claras, sin halagos ni búsqueda de éxito fácil. No hay más que ver sus libros: la gramática funcional del español, la fonología española, … todos son el sumo arte de la estructuración y de la sistemática. Su locura por la lengua era tal que llegó a cambiarle los nombres a los tiempos verbales para que significaran algo más y pudieran ser vistos en su plenitud sistemática, no solo gramatical, sino también poética y significativa. Sí, le recuerdo porque sus libros fueron durante años mis compañeros inseparables de noches y días, tan inseparables que no había modo de terminar de leerlos adecuada y completamente.

Hay más locos bajitos de los que me gustaría hablar, quizás en otra ocasión. Y también hay otros altos locos que dejaron huella en mi experiencia universitaria. Pero eso será en otra ocasión.

Resumiendo, jamás pude pensar que aquellas personas que he calificado de locos bajitos pudieran ser algo más que simples bajitos, pero el tiempo, mi experiencia vital y el tiempo han hecho que se hayan crecido de tal modo que jamás podría quitarles su tan merecido Don.

3 comentarios:

  1. desde luego
    el Don
    hay que ganárselo

    genial

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  2. "Cambié chicas por grandes mas las chicas no troco". Desde el Elogio de la mujer chiquita de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, nadie se había atrevido con el del profesor pequeño, que no pequeño profesor. Desde mi modesto 1,69, ya sabes que intento dar la talla, o sea, aproximarme a tu altura. Es una pena que las alzas Aznar-Sarkozy no me sienten bien :-(

    Y por aquella tesis, no sufras. Si algo sobra, son tesis. Son todas demasiado grandes!!

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  3. Querido Extranjero:
    Nunca sufrí por aquella tesis, es más: creo que la he recordado ahora tras hablar de mis profesores.
    Pero tras esa tesis hubo otras y todas siguieron el mismo camino: el de mi pereza.
    Tienes razón, cualquier tesis es demasiado larga y al final te ves defendiendo lo indefendible; luchando contra molinos de viento que nunca fueron gigantes y que nunca te atacaron; confundiendo a los amigos con los enemigos.

    Creo que en la vida he tenido mucha mucha suerte y a las pruebas me remito. Es una gran suerte tener a otro "bajito" cada mañana a mi lado a quien agradecer y admirar.

    Abrazos

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