lunes, 2 de enero de 2012

La mañana de los Goya

De Fuendetodos a Burdeos, está escrito que Goya vivió tanto los bandazos de un agitado cambio de siglo, a debate entre el oscurantismo y la ilustración, como las turbulencias propias de lo que se considera una vida de artista. Se sabe que pintó lienzos, paredes, cúpulas, cartones y trozos de hojalata. Pintó sobre todo. Óleos, aguadas y tinta china. Pintó de todo.

Con todo. Razón, rabia y orgullo. Desastres, caprichos y disparates, reyes a pie y a caballo, duquesas vestidas y desnudas, dioses y hombres, toros y toreros, borbones y borbonas, doses y treses de mayo, primaveras e inviernos. Nada se le resistió. Lo pintó todo. Y lo hizo con tal desespero que adelantó el expresionismo y las vanguardias artísticas que acontecerían 100 años después.

En un ejercicio de arte-ficción, nadie sabe qué hubiera sido de don Francisco de haber tenido en las manos una máquina de súper 8 en lugar de una espátula, un trípode en lugar de un caballete, una mesa de mezclas en lugar de una paleta.

El próximo 19 de febrero, durante la ceremonia de los premios Goya, Goya volverá a estar en boca de todos. Los miembros de la Academia de Cine desvelarán los ganadores en 28 categorías, para las consideradas mejores películas del último año. Y todo ello sin que hasta el momento sepamos a ciencia cierta la vinculación real de Goya con el cine. Desde Perro semihundido, que pintó Goya poco antes de morir, hasta el estreno de Un perro andaluz de Buñuel, pasaron 110 años.

¿Por qué el nombre de un pintor para un premio cinematográfico y no el de alguien que trabajara para el mundo del cine? De los muchos misterios que envuelven la vida de Goya (y la mía), este está en la categoría de los más perturbadores. La desazón que me produce es similar a la que supondría que el Premio Cervantes, con el que se premia a gente de letras, llevara el nombre de Premio Almodóvar o Premio Apóstol Santiago.

La pasada mañana del 21 de diciembre salí de casa dispuesto a profundizar en las claves de esa inquietante intriga, a descubrir las extrañas conexiones entre un pintor nacido a finales del XVIII y el hechizo del celuloide del siglo XX.

Reconozco que he pasado más de una semana reuniendo piezas y rompiéndome la cabeza para completar algo parecido a un cuadro. Como suele ser habitual, no he llegado a ninguna conclusión de apariencia convincente, tal vez ni siquiera presentable; pero al menos he dado el salto y lo he intentado. Lo que sigue es la película de esa mañana de eclipses y aventuras; una mañana de cine, la crónica de un premio inesperado.

Sabido es que la antigua magia química de las películas transformaba lo negativo en positivo.


Y que ilustres personajes del cine han dado nombre a un sinfín de avenidas; la diferencia con Hollywood es que allí convierten las cruces en estrellas.

Aquella mañana de rodaje, víspera del día de la lotería,

tres eran las localizaciones escogidas para nuestra película anual:
el Museo Provincial, El Museo Camón Aznar y el Foro Romano.

Desde el patio de la primera de ellas, la mirada ceñuda de Goya

no nos quitaba ojo.

Contábamos con el mejor reparto posible,

bajo la experta dirección de María Jesús Cinto.

Los créditos los encontramos ya diseñados.

Sabíamos que sería una película coral,

con elementos de intriga

y aura de cine de autor (europeo).

Sería una película de época,

un péplum de visión contemporánea.

Una vez definido el género, la siguiente secuencia se tenía que rodar en un museo propiedad de una Caja de Ahorros. Como suele ser habitual en estos casos, los bienes estaban blindados y las fotografías prohibidas salvo en el patio. Aquellos fueron los primeros síntomas del
eclipse.

A la salida,

un cartel en la puerta del Museo nos confirmaba un oscuro viaje
a las catacumbas de un pasado no muy lejano.

Y se produjo el extraño apagón. Retrocedimos aún más en el tiempo, 
y nos refugiamos en las memorias del subsuelo.

La mañana de los Goya se convirtió en la noche de los ídem.
La de Francisco
de, como si todo fuese un disparate.

Nos vimos sorprendidos por caprichos lingüísticos

y todo parecía ser el escenario de un ordenado y auténtico desastre.

Subimos la escalera iluminada, por encima de las cloacas romanas,
envueltos en glamur y sin necesidad de alfombra roja.

Los asientos reservados

fuimos ocupándolos, como en el ritual de una entrega de premios.

Y llegó el momento esperado.
El goya a la mejor interpretación fue para...

...todos ellos, el nutrido elenco de actores.

Al acabar la ceremonia, y como manda el protocolo, 
nos fuimos a tomar un vino español.

Porque, de toda la tauromaquia goyesca,

la suerte de banderillas es la que más nos emociona.

Y porque para aquella mañana de goyas, teníamos reservado un goya honorífico. Andrés se merecía recrear sus pupilas con las niñas 
de sus ojos.

Con la investigación ya cerrada, confirmamos que nada es lo que parece. Aprendimos que el foro de Zaragoza no estaba en el cruce ortogonal del cardium y el decomanum, como presentían los historiadores, sino a la vera del río Ebro, donde hubo una vez un puerto en el que los barquitos iban y venían, ¡quién lo diría! Que tras más de mil años de historia de la lengua, duunviro (y derivados) es la única palabra española con doble u; que hay mañanas suaves como la más glamurosa de las noches... y que hay imágenes estáticas que no necesitan movimiento para poder conmover; lo que, a fin de cuentas, no deja de ser otro buen movimiento. Más interior, eso sí.


En definitiva, que Goya, como en una diapositiva vista desde el otro lado, tenía algo que ver con el séptimo arte, un no sé qué... que queda balbuciendo.

4 comentarios:

  1. Como siempre me encanta la imaginacion que tienes a la hora de intrepetar los actos :)

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  2. Y yo propongo a El Extranjero como candidato a dos premios Goya: uno al del mejor guión y otro al de fotografía. Seguro que el jurado se los concede por unanimidad.

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  3. Eres muy amable, Ghadir. Aunque para ejercitar la imaginación, la compañía y la conversación con antiguas "pupilas" es siempre el mejor estímulo.

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  4. Me hacen mucha ilusión esas candidaturas. Por si acaso, me voy preparando el discurso: “Gracias a Gelovira por su dirección artística y sus efectos especiales, sin los cuales nada de esto hubiera sido posible”. Nos vemos en los Palafox, el más goyesco de los cines ;-)

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