domingo, 15 de noviembre de 2015

¡Que se jodan! ( Sin final feliz)


Fíjense Vds. En la calidad humana de los miembros de este blog y componentes del Departamento de Español que llevamos desde el 28 de octubre sin publicar nada nuevo y, si uno carga la página del blog, se encuentra desde entonces con la palabra, correspondiente a la última entrada, “JODER”. Y ni nos hemos puesto rojos ni se nos ha caído la cara de vergüenza por tamaño desatino. Y es que somos así, nos movemos entre la acracia, la anarquía y una cierta desidia que a veces eclosiona en brillantes ideas y otras se explaya en un descanso sin fin.

Pues eso, que para hacer rima, aunque fuera asonante o simplemente de significado, me ha dado por titular estas palabras con la frase “¡Que se jodan!”. Y me explico.

Desde hace muchos años, en esta España nuestra, iconoclasta y algo negrera, cuando pasa algo en el mundo o les pasa algo a nuestros vecinos desconocidos, o a los correligionarios lejanos, o a los autonomistas inveterados, o a los nacionalistas, o a los centralistas o a cualquiera que ocupe una de las direcciones de la rosa de los vientos, pues se les dedica semejante frase, aprovechando el viento de esa rosa para “mandarlos a tomarlo”. Y nos quedamos tan tranquilos. Al final, al cabo de los años de vivir aquí, sobre esta piel de rata (que antaño fue de toro, pero que a base de tanta corrección política, no ha de ser de ningún animalito bendecido por Dios por bien de cierto ecologismo), pues nos acostumbramos a que cualquiera -menos nosotros mismos- tenga la culpa de lo que les pasa y además, les ayudamos con la pedrada de nuestro menosprecio.

Y digo esto, porque los últimos tiempos han llegado plagados de noticias y acontecimientos donde más de una vez nuestra respuesta ha sido la que anteriormente he indicado. Por ejemplo, cuando los nacionalistas catalanes deciden que la independencia es la mejor de sus soluciones: la respuesta de los demás españoles es “A por ellos y ¡que se jodan!” o el tan manido “¡Que les den!”; incluso cuando los demás españoles opinan sobre la falta de necesidad de tan urgente independencia, los mismos nacionalistas catalanes que piden respeto para sus decisiones “legítimas” e ilegales, responden con los mismos palabros e incluso con los mismos gestos, quizás maquillados con el acento geográfico al que pertenecen. Y ambos dos, nacionalistas y no nacionalistas, pecan de ese desprecio, de esa lejanía, de esa insania al enfrentar los problemas: la insania de la falta de término medio.

Otro ejemplo es cuando hay alguna desgracia en algún país del denominado por nosotros Tercer Mundo (que evidentemente  es tercero porque los anteriores en el orden han destrozado, expoliado, envilecido y favorecido todo tipo de desorden natural, político, social e incluso moral). Nuestra respuesta, además de pedir que vayan las OENEGES, casi siempre es seguir nuestra vida como si no hubiera pasado nada y, si se nos insiste en nuestra parte de culpa o en nuestra indolencia al concienciar la situación, solemos responder con la dichosa frasecita. Y no nos damos cuenta de que las OENEGES no son nuestra conciencia, ni que en el Tercer Mundo la muerte es menos importante que en los mundos anteriores, ni que allí mueren porque son de otra pasta y porque hay muchos (incluso podemos hasta pensar que sobran unos miles o unos millones de individuos, como si fuéramos expertos en plagas y ellos fueran una de más).

Más ejemplos de esto es lo de los atentados del viernes en París. Algunos árabes, yihadistas, simpatizantes, fanáticos, ortodoxos o simplemente psicópatas dirán que a Francia le estaba bien empleado y “¡que se…!”. Los franceses dirán que hay que aplicar las medidas más duras para toda esa gente y añadirán “y  a los de su raza”, creyendo que con extirpar a los musulmanes de su país van a recuperar el trozo de calma perdida. Y cuando se les pregunte por los derechos, por los trabajos, por las cosas buenas que han podido hacer o que hacen, contestarán con un “¡que les j…!” con marcado acento gutural.

Y cuando a algún español se le mencione lo del atentado en Francia y mirando con amargo desprecio diga “¡que les j…!”, mientras nos recuerda que antaño fueron refugio de etarras y que sonreían cuando los nuestros morían a manos de bárbaros asesinos. Y no recuerdan la rabia que nos daba aquella situación, ni lo abandonados que nos sentíamos en un país mísero pero con fuerza y energía suficiente como para levantar cuanto fuera necesario.

En fin, no me alargo más. Lo que quería decir es que con esta respuesta que antes he señalado y he venido repitiendo a lo largo de este texto, lo único que hacemos es escabullirnos de los problemas. No vemos el problema, sino que señalamos al culpable, que siempre es el otro. No buscamos una solución, porque el problema es de otros. Y cuando vemos el problema y hemos tomado una solución –en general despótica además de violenta y despectiva- entonces es cuando señalamos nuestra posición: hemos pasado el límite de la mitad virtuosa, del “en el medio está la virtud”, del equilibrio y de la comprensión. Hemos dado el paso al desequilibrio y este siempre nos lleva a un final que puede ser de todo, menos feliz.

Un paso al desequilibrio que nos sitúa cada momento más cerca del ABISMO.


Andrés Guerrero Serrano

1 comentario:

  1. Gracias por la entrega, brother. Me has hecho recuperar mi conciencia de fauna abisal: ciertas especies de animales marinos que nadan libremente, viven y se alimentan en aguas abiertas a dichas profundidades y nunca se aproximan a la superficie. De apariencia monstruosa en su mayor parte, son todavía, en cuanto a su comportamiento, unos auténticos desconocidos para los científicos. Se sospecha que tan solo se ha descubierto una pequeña parte, por lo que cada año se descubren nuevas especies. La mayoría de esta fauna tiene una morfología que recuerda a la de los monstruos de leyendas y cuentos.

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