jueves, 6 de junio de 2019

Lloviendo voy, volando vengo


Heaven is a place
A place where nothing
Nothing ever happens
There is a party
Everyone is there
Everyone will leave
At exactly the same time

Heaven 
Talking Heads



Lo volveríamos a hacer. Tres mayos después de aquel de 2016 que, en código interno, conocemos como la tormenta perfecta, por todo lo que desencadenó, convocaríamos al alumnado, por aquello del fin de curso, a un guateque, reunión alegre en la que se canta, se bebe y se baila. Tres verbos dispuestos a ser conjugados, en una decisión en cónclave tomada a tres semanas del evento. Las rupturas y despedidas deben también celebrarse. Igual, o más, que uniones y comuniones.

Sería un viernes sin clases ni exámenes ni cursos de refuerzos de destrezas ni audios en vinagre. Todo controlado. ¿Todo? Ups! Para ese día se pronosticaban reuniones, y el aula 210, habitual en las de inglés, da al patio interior. Ups! Nothing ever happens (No pasa nada). Ahí estaba Cardiel, como buen prime minister, dispuesto al brexit llegado el caso.    

Habría un sorteo entre los asistentes y acertantes de la Quiniela musical. Siete tarjetas-regalo de veinte euracos que dan, por ejemplo, para una cámara de vigilancia Beewi 780401 HD Wifi Blanca, para el último cómic de Paco Roca o para un Nuevo Prisma B1 (Libro del alumno). Ups! Tatiana Ferents recordó nuestra promesa de premiar a los participantes en la expo de “El idioma de los dioses”. No pasa nada. Haríamos dos sorteos en uno y todo arreglado.

Encargaríamos la comida a Ignatius, ese portento de previsión numantina que ostenta el récord de días de asistencia en la Escuela, tortilla a tortilla. La propuesta le causó un efecto similar al gas mostaza. Ups! No pasa nada. Ahí estaba Laurita, la camarera más dispuesta del distrito Universidad.

Para la bebida iríamos al súper del Aragonia. No mencionaremos su nombre por no darle publicidad gratuita, pero allá que fuimos, Mapi y yo, con un carro de la compra prestado y una maleta extra. Todo bajo control hasta que llegamos a la fatídica frontera de las cajas, en donde pedir una factura resultaría tan complicado como solicitar un permiso de residencia. No pasa nada. Tras una llamada a un número 900, el ejército del comandante Roig nos dio paso. 

Ya estaba. El día y la hora. Croquetas, tortilla y canapés. Bebidas de variados colores. Y los tres verbos de todo guateque. Ups! ¡Faltaba la música!  Diego y Marcos. El mismo Diego Meléndez de hace tres años. ¿El mismo? Sí pero no. Con una faringitis de caballo tras tanto trote. Más ups! No pasa nada. Ahí estaba Mr. Ibuprofeno para arreglarlo con una infiltración.

Sería donde antaño. En ese espacio híbrido entre la Biblioteca y el Salón de Actos, en el palo corto de la hache del edificio, en ese territorio apache que algunos han dado en denominar los Jardines de Español. Con la justa proporción intercultural de baldosa y césped, rampa y escalera, sol y sombra. Ahora ya sí. Todo controlado. 

Catorce días antes, Raquel hizo saltar la alarma: 

- ¿Hay plan B?

- ¿Cómorrrr?

- Se anuncian lluvias para la mañana del día 17.

- Ups!

Qinqing me lo confirmó en los pasillos días después, en pulido español:

- … Y no, no es un sirimiri.

Y llegó el día D. Me levanté como un corredor de Fórmula 1, mirando al cielo, sin saber si poner neumáticos blandos o duros. La posibilidad de lluvia descendía a media mañana y la apuesta era a cara o cruz: porche o exterior. A eso de las 8 y media, cruzando la Plaza San Francisco, lloviendo y lloviendo y yo viendo que el plan A se diluía y se precipitaba, junto con el resto de precipitaciones. Ups! Ahí estaba Mª José Morte, llamando al móvil, empática y jubilosa, ofreciendo la terraza cubierta del Departamento de Extraescolares, aún por estrenar. 

Demasiado pequeña. Gracias. La solución estaba en el interior, pero aún tardaría en llegar. ¿A quién molestaríamos? ¿Nos acusarían de escándalo público? ¿Cuántos viajes a la estrenada nevera serían necesarios para mantener la bebida fresca? ¿Cuántas manos harían falta para traer las bandejas? …Y después, ¿quién limpiaría?

Y así, de repente: 
- ¿De qué son estas croquetas?

– Pruébalas. 


- ¿De quién es esta canción? 

- Pink Floyd.

- ¿Bebes?

- ¿Bailas?


Y poco a poco la gente se fue sumando, vecinos de otros pisos y compañeras que acudieron a nuestra llamada. Ya todo se servía mezclado. Como en toda buena fiesta, tuvimos espías y hasta paparazzi. Y hasta espías-paparazzi, cuyas fotos nos han sido vedadas. Gente que no había visto profesores bailando y gente sin complejos. Gente sin comer y gente comiendo. A esas alturas de la película, poco importaba ya la procedencia geográfica de las presentes, ni el porcentaje de naranja en el zumo ni el origen de las croquetas. Aunque yo descubrí rastro de boletus en una y distinguí un fondo de cocido maragato en otra, es posible que a primera vista me volviera a confundir. 

Lo cierto es que volvíamos a casa con los ecos de la última canción, el bis del bis. Enamorao de la vida, aunque a veces duela. Ya no llovía. El cielo no puede esperar. Volando vengo.

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