martes, 26 de mayo de 2009

Casi al tiempo que Benedetti

Casi al tiempo que Benedetti, murió otro de los iconos de la izquierda de los años 70 y 80 en nuestro país, Carlos Castilla del Pino. Si, como hace Anarco con Benedetti, recorro los años de mi tarda adolescencia evocando su figura, recuerdo los esfuerzos de los jóvenes antifranquistas de finales de los 70 que intentábamos crearnos una trastienda ideológica y sentimental para hacer frente a las tempestades que se nos venían encima. El amor y el sexo parecían ya una cita ineludible. Eran los años del amor libre, del ginecólogo Sopeña y sus anticonceptivos, y de los primeros escarceos en parejas que querían ser progres, mezclando en el mismo cóctel, libertad, sexo, seriedad, sinceridad, igualdad, tantas cosas…. Y no sabíamos cómo, sobre todo no sabíamos formular nuestras intenciones, oponerlas a los modelos de pareja autoritarios, todavía teñidos de represión, con ecos lejanos de nacionalcatolicismo. Castilla del Pino jugó un papel protagonista en la construcción de un nuevo imaginario de la figura femenina, nos dio pistas sobre cómo pensar en ella, haciéndola coherente con nuestros sueños de trasformación de la realidad, con los sueños de una sociedad libre, progresista e igualitaria que tanto peso tuvieron en muchos de nosotros. Leíamos a W. Reich y sobre todo los Cuatro ensayos sobre la mujer, uno de los títulos señeros del psiquiatra cordobés. A mí, su análisis de los celos entendidos como una consecuencia del sentimiento de propiedad del macho sobre su pareja, me parecía el no va más de la perspicacia. Y como eran años en los que la comprensión de un fenómeno tenía que tener consecuencias prácticas, iniciábamos una campaña interior de limpieza radical de cualquier atisbo de celos que pudiéramos sentir, hasta de los más justificados. Además, su relevancia como gran “antipsiquiatra” español, un aspecto recogido magníficamente en sus memorias, me sedujo particularmente.
Con los años, salvo la lectura de las tribunas de El País y algún artículo de Revista de Occidente, especialmente sus opiniones sobre El Quijote, dejé de interesarme por sus libros. Volví a acercarme a su obra cuando publicó Teoría de los sentimientos, hacia el año 2000, porque entonces andaba yo metido en terapias varias.
Pero, lo que siendo ya mayor, me ha interesado más de su obra han sido los dos volúmenes de memorias (Pretérito imperfecto, publicado en 1997, y Casa del olivo, del 2004, el primero dedicado al periodo comprendido entre 1922 y 1949 y el segundo al comprendido entre 1949 y 2003, los dos publicados por Tusquets). Además de contar su peripecia personal, su “proyecto de vida”, como creo que lo llamaba él, la minuciosa descripción de las miserias del franquismo en el ámbito profesional y académico de la psiquiatría que contienen es susceptible de ser leída como una descripción del franquismo todo, porque salvando el anecdotario concreto, necedades, injusticias y crueldades semejantes se practicaron en todos los sectores. Alguien me dijo un día que sus memorias eran rencorosas, seguramente porque en ellas no se callan los detalles, no se ocultan los nombres, no se intenta minimizar la importancia de gestos y comportamientos condenables moralmente, algunos hasta condenables judicialmente, casi diría. Recuerdo, por ejemplo, lo mal parada que sale la figura del psiquiatra fascista Antonio Vallejo Nágera (1889-1960) o el papel que se atribuye a Fraga Iribarme tras el asesinato del estudiante Enrique Ruano. Pero sobre las derivaciones penales que pudieran tener los actos cometidos se decidió pasar página. Y, seguramente, lo obtenido a cambio fue mucho más que lo concedido, como opina F. Savater. Sin embargo, me parece que el debate sobre la llamada “memoria histórica”, es decir, sobre cómo enfrentarse a lo ocurrido en nuestro país a partir de la guerra civil, está prefigurado y resuelto en la obra de Castilla del Pino en la medida en la que cuenta con honestidad lo que sabe, lo que vivió, lo que sufrió, sin acritud, me parece a mí, pero sin faltar al rigor, sin callar por agradar a nadie, por no incomodar a quien es justo que su pasado público le incomode. Se puede transigir, perdonar, si se quiere, pero la memoria no se puede adulterar.
J. Brox

1 comentario:

  1. Hola, Melmoth!

    No conocí a Castilla del Pino, pero me llegó alguna onda de sus últimos tiempos, en los que debió decir algo indelicado sobre su hijo que hizo que toda esta cohorte de políticos gazmoños y apiolados levantaran la voz contra él.
    La verdad es que creo que he tenido mucha suerte -aunque no sé medirla adecuadamente- porque no tengo experiencia propia de contactos psiquiátricos dado que, gracias Dios, los que han ido al psiquiatra han sido todos los demás (jeje)
    Gracias por la aportación.

    P.S. Lo de jovencitos antifranquistas me ha gustado, pero en mi caso particular deberías haber puesto "adolescente impenitente y eterno, antifranquista de tres al cuarto, poeta de cafetería filológica". Me habría sentido más reconocible, aunque probablemente menos reconfortado.

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