domingo, 7 de marzo de 2010

Tiempo de Abrazar

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. 
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; 
tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; 
tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; 
tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; 
tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.

(Libro de los Proverbios)

Más de una vez os he repetido que esta única neurona que me queda, aislado y solitario ejemplar de los muchos que un días poblaran mi cabeza y que ahora amenaza extinguirse, es coja, pero lo que es peor no es eso, sino que es coja de la misma pata y siempre tiende a lo mismo, sin solución, sin vacilación. Pues bien, el caso es que esta neurona una día se levantó rumiando estas líneas que aparecen arriba y que pertenecen al libro de los Proverbios, ése que añade entre sus líneas: “Vanidad de vanidades y todo vanidad” o esta otra de “Nada nuevo hay bajo el sol”. Y desde entonces no he podido quitarle el hueso, como al perro hambriento que se revuelve contra el amo.

Y es que esta neurona hace tiempo que ramoneaba con la frase, desde aquel día –uno de tantos hace ya tantos tantos años- en que, bajando por Cuesta Moyano de Madrid, mis ojos se toparon con la cubierta del libro de Juan Carlos Onetti titulado “Tiempo de Abrazar”. Lo llevé a casa como un tesoro, ansiando las riquezas que prometían su portada, su papel, sus líneas impresas y hasta el grosor de la edición de la extinta editorial Bruguera. Mi neurona no recuerda más –se debe estar haciendo vieja o se le habrá quebrado el disco duro-: no recuerda de qué trataba el libro, ni si lo leí finalmente o se quedó entreabierto o bajo la pila de libros más dulces y acomodaticios que poblaban mi mesilla. Pues bien, como he dicho, ramoneaba –qué bonita palabra- mi neurona con el sintagma desde que hace años, cuando falleció Onetti, apareció un programa en televisión –creo recordar que fue un Informe Semanal- donde se hablaba del autor, de su vida y de una de las características impactantes de su vida: el pesimismo. Este pesimismo le llevó a encerrarse en su piso y a no salir para nada, pues no encontraba nada interesante en la vida de cada día. Recibía a sus amigos en ropa de casa o en la cama, donde solía habitar o-podríamos decir- desvivirse.

El caso es que no sé si fue por eso, porque el pesimismo se veía transmitido por la letra impresa o qué, el caso es que no tengo constancia de su lectura, pero la atracción de la tapa y del libro sigue siendo tenaz y repetitiva.

Pues eso, que mi neurona se quedó enganchada en sus sinapsis, pegada de axones, clavadita en su mielina, cejijunta en ese sintagma: Tiempo de abrazar, tiempo de abrazar, tiempo de abrazar… y así la tengo desde estas Navidades.

Este espasmo neuronal, esta renquera cojitranca hace que haya olvidado el saludo, el levantamiento de cejas al conocido, el musitar un “buenos días” o “cómo te va”. Directamente, me lanzo como un zepelín al cuerpo del de enfrente y lo abrazo, y lo siento palpitar, mecerse en el latido, respirar, estirarse, ponerse rígido, ablandarse, desmoronarse, removerse, agitarse, incomodarse, resonar, mover las manitas como intentando soltarse de las ataduras de mi abrazo de oso, carraspear cuando pasa un rato, ponerse azul cianótico o simplemente establecer una cierta separación entre sus partes pudendas y las mías.

Tras unas semanas de pruebas y, ante la gran variedad de datos percibidos y almacenados por la neurona renca, ésta se soliviantó aún más y ha hecho que me dedique a abrazar todo lo que pillo por delante. He abrazado los periódicos y he buscado en sus tendencias políticas algo de vida entre sus celulosas: no he hallado nada. Sólo tinta muerta y fría, sin aliento. He abrazado los libros de las mesas de novedades de las distintas librerías de la ciudad: nada. No hay vida. Apenas un par de títulos que parecen demostrar que algo vivía allí cuando se publicaron pero que, tras el trasiego de pila en pila y de mesa en mesa, tampoco han sobrevivido al boca a boca, ni a los descuentos. He abrazado a la televisión y nada: lo único que me devolvió fue una descarga de electricidad estática de la que todavía ahora me estoy reponiendo. Así que he decidido que aquello en lo que gastaba mi tiempo y que parecía llenar mis momentos e asueto, no tiene la suficiente vida –ninguna- como para que le dedique mi tiempo… y gracias a esto, a dejar de leer los periódicos, las novedades o ver la televisión, he recuperado tiempo para mí, para sentir, para percibir, para abrazar nuevas cosas. Menos mal que lo descubrí antes de intentar abrazar al Circular 1, que se acercaba con retraso como siempre.

Es como si mi neurona hubiera descubierto la alquimia magistral, el método para obtener la piedra filosofal, la que convierte las cosas en su realidad más evidente: Sólo lo natural tiene vida; la obra humana, no. Ya no le basta el tacto, el olfato, la vista o el oído. Necesita el abrazo: la plenitud del contacto, el intercambio de moléculas de no se sabe qué que nos circunda y nos habita. Necesita sentir el aliento, el palpitar de sangre, la vidilla celular. Necesita sentir lo que siente el otro, lo que le afecta, lo que le mueve, lo que le entristece, lo que le subyuga. Necesita sentir hasta dónde llega la neurosis, la psicopatía, el trastorno bipolar que todos llevamos dentro, rondándonos.

Tiempo de abrazar, tiempo de abrazar. Creo que hay por el mundo un movimiento que se dedica a dar abrazos a las personas por las calles. Tú vas ensimismado, dándole vueltas al problema de la suegra, del banco, de la crisis, de tu compañera de Departamento, y vas y te encuentras con un par de jovencitos que te abren los brazos y te sonríen. Desorientado los miras como diciendo: “¿Es a mí?” Y al final sucumbes a un abrazo mayúsculo, desconocido, gratuito, generoso y hasta bobalicón. Te das la vuelta y te vas. Está bien eso, pero falta la moraleja, la carne del cocido, el meollo de la cuestión.

Si la cuestión es abrazar, pues ya está: se abraza y punto. No voy a ser yo el tonto que no abrace y al que los demás miren como un extraño rijoso y torpe que no abraza. Pero creo que la cosa debe ir a más: el abrazar tiene que llevar a un sentir al otro, a un contactar con el otro, a percibir al otro en lo que de común tenemos, en palpitar con sus palpitaciones y sonreír con sus sonrisas. Creo que es tiempo de abrazar, pero sin ese “algo más” el abrazo se nos queda frío, cojo, sin aliento.

Aprovechemos la primavera que ya alienta para abrazarnos y sentirnos mínimamente humanos.

Un abrazo

2 comentarios:

  1. Abrazar con sincronía, simultaneidad, coincidencia, concordancia, concomitancia o encuentro en el día a día, en los reencuentros, en los espacios abiertos,en la intimidad, en los tumultos, en soledad, en las tribulaciones , en el regocijo exige de dos o, al menos, de un espejo por aquello de no sentirse solo en el abrazo pero, bien cierto es, que un solo un abrazo llena el vacio de sentirse solo.

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  2. Hola, Aránzazu!!!

    Muy cierto lo que dices, aunque lo del espejo como medio de abrazar resulta desolador, triste y es más que seguro que insatisfactorio.
    Abrazar a un espejo te confunde porque reproduce tu imagen, pero no te transmite el calor de la bienvenida, de la despedida o simplemente del afecto y la humanidad.
    Prefiero la carne, que la imagen.
    Saludos cordiales

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