Demasiado grande Galicia para recogerla en este título. Pero visitamos lo que nos apetecía: La Coruña, Lugo, Betanzos, Malpica, Santiago de Compostela… y, como es habitual, nos llovió todo el tiempo.
Lo primero fue el parque alrededor de la Torre de Hércules y la Torre misma.
Si no te gusta el pulpo, ten cuidado de que al pulpo no le gustes tú.
La Coruña, ciudad dividida y sobrecrecida, pero con el encanto de los gallegos de sobrevivir a tanta individualidad.
“Y allí arribita, arribita
había una montañita
y en la montañita un árbol
y en el árbol una rama
y en la rama había un nido…”
Y nos fuimos a visitar Lugo, dispuestos a dejarnos sorprender por otra ciudad construida sobre campamentos romanos.
En Betanzos comimos en un sitio tan rústico que hasta las lámparas eran de papel… pero de papel papel. Y si tardaban algo en servirte, podías dedicarte a una gratificante lectura.
Y llegamos a Santiago de Compostela a ver “bailar” el botafumeiro a lo largo de la catedral mientras una monja instaba a los feligreses a cantar y algunos visitantes deseaban que la fatalidad se la llevara por delante.
Llegamos hasta Pontedeume, el puente del río Eume, y no nos pudimos quejar de nada.
Y marchamos hacia Bayona, donde visitamos el castillo –convertido por arte del dinero- en parador de turismo.
Y de allí seguimos hacia Portugal, pero esa es otra historia
"Menos mal que nos queda Portugal", como decían los gallegos Siniestro Total.
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