lunes, 14 de enero de 2013

Crónica en tres vuelcos de dos enviados a un premio


Ha pasado un mes desde aquella mañana del 12 de diciembre en la que dos enviados espaciales (que no especiales), en pleno ejercicio de sus identidades blogueras y de sus limitadas facultades mentales (Arco, An; y Extranjero, El) se desplazaron hasta la capital del reino (Id, Madr) a recoger un premio (Quinto, El). Sin apenas noticias hasta ahora. 

Han sido necesarias más de tres semanas para digerir convenientemente los tres sucesivos vuelcos que anuncia el título de esta crónica. De digestión lenta y fácilmente impresionables, el tiempo transcurrido desde entonces nos ha servido para procesar lo vivido y reponer nuestros sentidos de esos tres vuelcos narrativos. 

El primero tiene que ver, así en general, con la amistad y las grandes ciudades. El segundo se desarrolla en pleno desconcierto sobre eso que se llama alfombra roja. Y el tercero. ¡Ah, el tercero! El tercero fue desde el primer momento el objetivo secreto, el principal, de esta Operación Quinto. No es momento de desvelarlo, ya que si hasta ahora había sido catalogado como materia reservada puede seguir oficialmente oculto durante unos párrafos más. 

Aunque pospuesta, esta es una crónica anunciada. Tan previsible como que el guion que íbamos a protagonizar era algo establecido de antemano y fácil de seguir: llegar, recoger y volver. Incluso el nudo principal del asunto -recoger un premio- se antojaba bastante fácil. Te pones tu mejor camisa, saludas con tu mejor sonrisa y posas para la foto con tu mejor perfil. Sota, caballo y rey. 

(Lo de innovar lo reservamos para clase, que por algo hemos sido premiados). 

Pero hasta las historias clásicas se distinguen por sutiles o inesperados giros en el devenir de los hechos. Viajar con una cámara al hombro tiene también sus peligros. Sucede como con las pistolas de las novelas. Tarde o temprano se terminan disparando. En mi caso fue temprano. A las 8.30 de la mañana, las tres ventanas de siempre aparecían envueltas en una luz misteriosamente cálida, vaticinando, uno a uno, los tumbos que iríamos dando de martes a jueves, con el miércoles de autos de por medio. 



PRIMER VUELCO 

Sé que mis 4 amigos cercanos born & made in Madrid tomaron todo tipo de prevenciones antes de venir a vivir a Zaragoza. El salto de la capitalidad a la provincialidad entraña serios riesgos. Si lo sé es porque ellos mismos lo han confesado. Nunca he necesitado hacer más preguntas, pues a mí me sucede exactamente lo mismo, solo que a la inversa. Por eso siempre he agradecido que me vayan a buscar a la salida del tren.


Cuando llego a Madrid me invade una desazón que no he sentido nunca en otras ciudades como Berlín, México D.F. o Nueva York. No se debe, por tanto, al tamaño urbanístico ni a la densidad poblacional. 



La cuestión deriva de un claro sentimiento de inferioridad, en parte ligado a mi vertiente mitómana y, sobre todo, a mi proverbial torpeza para tratarme con famosos conocidos. Es por eso que fantaseo y anticipo que no me funcionará el chisquero cuando Arturo Pérez Reverte me pida fuego en una calle oscura del Madrid de los Austrias. Que dudaré sobre hacia qué lado driblar a Jose Mourinho si me lo encuentro frente a frente haciendo jogging por El Retiro. O sobre si driblarlo o no. O que no sabré comportarme cuando me dispute con Concha Velasco un taxi a la altura de Callao. 


Lo mío es llegar a Madrid y comprobar que siempre hay un edificio muy alto al lado de otro mucho más alto, que los grafiti y que, en general, cualquier avión que surque el cielo volará muy por encima de la media en Zaragoza. 


Para la pregunta de por qué las aeronaves vuelan más alto, hace años que, por mi enfermiza manía de leer letreros, encontré una respuesta.


Cualquier escuela o conservatorio hacia el que mires en Madrid llevará el calificativo de Superior. Apuesto a que el C2, si ha de darse, se dará algún día en cualquier edificio histórico que lleve por nombre Escuela Superior Oficial de Idiomas. O Escuela Oficial Superior de Idiomas, quizás. Sin descartar el de Escuela Oficial de Idiomas Superiores. Y que ese edificio estará en Madrid.


Que es donde están los Ministerios y todo lo importante. El de Trabajo, por ejemplo. 


Siempre que llego a Madrid siento, pues, un vuelquín (pequeño vuelco). En el fondo, recuerdo un tranquilizador verso de un poeta madrileño: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”.


Pero como no solo de poesía vive el hombre, termino recurriendo y reconfortándome con caseros remedios tradicionales. La sopa de un cocido es siempre la mejor promesa de todo lo que te espera. Su importancia reside en que es allí donde todo se cuece, donde se presiente y adivina el sabor del final. 


De esa sopa de sensaciones, de ese primer gran Vuelco, fueron testigos un oso (hasta ahí como siempre, todo normal) y un madroño. Allí, en Sol, tuvo lugar la primera cita nocturna. De las muchas definiciones que pueden darse de amigo, Gonzalo cumple sobradamente dos de ellas. La de alguien a quien sin haberlo visto en más de un año lo saludas como si lo hubieras visto el día anterior y la de alguien que es capaz de decidir que se salta su clase de inglés en la Escuela de Idiomas (hasta ahí todo normal, sin mayor mérito) y decidir en diez minutos y sin previo aviso que hace un viaje Segovia-Madrid (ida y vuelta) para estar cuatro horas con nosotros. 


En el literario cruce de Lope de Vega con Quevedo, nos encontramos con Mariajo. Ir con tres (Superiores) personas que han vivido en Madrid, me ayudó mucho. Fue como un triple vuelco de triple destilación. Beber, vivir, no pensar. 

Tomarse un bocata de calamares frente al (Real) Conservatorio (Superior) de Música de Madrid, en El Brillante. 

Y dejarse llevar. Hasta más allá de la medianoche. 


SEGUNDO VUELCO 

El segundo gran Vuelco llegaría a la mañana siguiente. Consistía en una joya de metacrilato labrado. Era lo que habitualmente se entiende por un caballo ganador. 


A la llegada a tan Real y Superior edificio nadie de los presentes nos preguntó a qué centro educativo pertenecíamos,


pero vivimos un minivuelco cuando la fotógrafa oficial del evento nos preguntó que "de qué medio" éramos. Igualito que cuando hacía bolos en la B.B.C. (Bodas-Bautizos-Comuniones), en donde los fotógrafos se miraban sospechosamente de reojo entre sí.


Este gran (y Superior) segundo Vuelco lo vivimos cuando un sms saltó al unísono en nuestros móviles. “El primer gran aplauso d la mañana me gustaría q fuera el mio. Enhorabuena, compañeros!!” Pilar Monreal. (Bandeja de entrada. En este caso, bandeja de plata).


Una vez sentados, asistimos a magnas intervenciones sobre la trascendencia del (Superior) evento. De la hipnosis que me producía la (Superior, Gran y ¿Real?) Pantalla tan solo me distrajeron tres palabras, que viví como tres vuelco-punzadas: sinergia, interconectividad y excelencia. Esta última, que de por sí me produce cierto repelús, me llenó de repelúx, y ya me mantendría despierto hasta el final.


Sota, caballo y rey. O eso creíamos. La cosa consistía en recoger el premio sin tropezarnos ni empujarnos al subir, sin que el metacrilato cayera y se hiciera añicos. A fe que lo conseguiríamos, pues peores papelones nos han tocado vivir.


Debo decir que, como en el escenario nos precedieron unos cuantos colegas, teníamos aprendido el teatrillo. Subías, saludabas de izquierda a derecha a los cuatro miembros de la mesa y te girabas hacia la fotógrafa oficial, la misma de antes. Sota, caballo y rey.


Pero lo que sucedió fue algo, Algo (vuelco, revuelco, viraje, rotación, inversión, subversión…), fuera de todo pronóstico. La jefa de ceremonias saltó del 4º premio (Alcalá de Henares) al 6º (Torredembarra), dejando en el aire un velo de desasosiego. Todo apunta a que no fue intencionado. El vuelco no fue, por tanto, estrechar manos y sonreír al mismo tiempo, sino esa incertidumbre previa. ¿Y si habíamos estado tan solo nominados? ¿Y si habíamos sido descubiertos en nuestras secretas intenciones y excluidos en el último momento? 

Salimos de allí fuertemente espoleados. A caballo. Con una sola frase resonando en nuestras huecas cabezas, sacada de la cafetería de la (Real) Escuela (Superior) de Artes Escénicas. Una frase que guiaría instintivamente nuestros próximos pasos.
 

Sin pronunciar apenas palabra, pero sin estar liberados del todo.


Con un objetivo aún por cumplir, ascendimos lentamente hasta la Plaza Mayor. Con las espaldas bien cubiertas y selladas.


Atravesando el políglota barrio de Lavapiés,


atentos a las miradas,


a los lemas departamentales,


a la gente,


y al decorado de la Navidad.



TERCER VUELCO 

En realidad, todo se preparaba para la liturgia del tercer y definitivo Vuelco de ese viaje, para el secreto desenlace de la Operación Quinto. El tercero y contundente. El Gran Revolcón, la Madre de todos los Vuelcos, preludio y epítome de la Navidad, el Rey, el de la Carnaca, con su morcillo y su morcilla, su pollo y su… jamón.


Como los gregarios de los equipos ciclistas, yo me limité a seguir la rueda buena. Andrés, que para eso es el Jefe, había concertado un Cocido Madrileño. En otras palabras, un Cocido Superior. Y sé, a toro pasado, que no se limitó a consultar estrellas por internet como hacemos los pardillos, sino que acudió directamente a las fuentes más directas, fiables y solventes.


Entre vuelco y vuelco, hablamos de comida, de los cocidos de nuestra infancia, de posibles viajes, de Canadá y de Argentina, de fiestas y celebraciones… Y “que me caiga ahora mismo muerto si os miento” (Manolo Gafotas dixit), hablamos de celebrarlo con los compañeros.


Pues eso, que hablamos de lo de siempre y comimos como nunca. Andrés me insta a que ponga una foto en la que aparezco con un inmenso babero y cara de éxtasis, pero a estas horas de la noche y en estas resacosas fechas me parece un obsceno sacrilegio. Opto por elegir esta foto (en la que me hace la aludida foto), una instantánea de An Arco Gurb en su versión más cíclopea, con un solo ojo.


Y dejo constancia de que ese premio lo devoramos con fruición y hasta el final, golpe a golpe, vuelco a vuelco. Y uno


y dos 

y tres. 

A las 15:53 abandonamos la taberna, con un décimo de lotería en el bolsillo.


Una hora más tarde enfilábamos la calle de Alcalá sin más contacto con el artisteo y el famoseo que la imagen ubicua de papanoeles blancos


y papanoeles negros. 

Y el encuentro con mi tío José Ramón, de visita en Madrid, al cual hacía quince años que no me encontraba por Zaragoza. Ciertamente, dirán ustedes, para tales celebrities no es necesario semejante viaje. No me tropecé con la baronesa Thyssen en la Moraleja, ni me peleé con Javier Bardem por que el camarero me sirviera una caña; ni coincidí en los servicios de los pubs con Boris Izaguirre. Los ciudadanos eran más o menos igualitos a los de aquí.


Pero tuve el honor y la segura garantía que dan compartir habitación, mesa y vagón con un madrileño cien por cien, de verbo más afilado que el de Arturo, much more special que The Special One, el hombre más yeyé del Departamento.


Así que volví más gordo henchido de satisfacción, curado al fin de mis complejos.


Por si todo lo anterior supiera o sonara a poco, al ir llegando a Atocha, el más musicado de los barrios de Madrid, me atreví a tararear canciones que me iban viniendo a la cabeza. Allá donde se cruzan los caminos,...donde regresa siempre el fugitivo, pongamos que hablo de Madrid.



A una hora sólo de vuelo, a un palmo del extranjero, ni tan cerca ni tan lejos ni contigo ni sin ti. Por debajo de Madrid los grises tiran a azul, las ventanas dan al sol. 


Lágrimas y lágrimas lloro porque aquí en Madrid está lo mejor. Querido primo, yo te digo: “Vente pa’ Madrid”. 



Madrid... Sólo hay un secreto que me lleva hasta aquí. Que ha muerto el silencio en las calles de Madrid.


La estrella de los tejados, lo más rocanrol de por aquí, los gatos andábamos colgados, Lady Madrid... Probaste fortuna con héroes de barrio y conmigo también… 


Con la fe recuperada en este blog, emprendimos el camino de vuelta.


Y dejo estas dos fotos y media para el final, ya que no he visto momento de insertarlas, a modo de últimos pequeños minivuelcos. Podrían haber sido otras tres porque es tanto lo que nos afecta. Lo advertimos al principio. Somos material sensible. Nada humano nos es ajeno. Así que damos las gracias por haber llegado juntos hasta aquí. Hasta la capital del reino, donde dos anarcoextraterrestres, en calidad de enviados, se sintieron premiados por un día. En Madrid. Id.




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