(Enlace al blog de Mónica Cruz)
Primeramente me gustaría puntualizar que es un tema encantador y que me ha traído a la memoria algunas anécdotas propias de mi infancia que por un lado me hacen reír y por otro me provocaron una cierta nostalgia.
Nostalgia porque, en realidad, creo que no he tenido la oportunidad de convivir, como a mí me hubiera gustado, con una persona anciana y siento como si de alguna forma me faltase esa experiencia vital.
A mí siempre me ha gustado muchísimo el tema de los arquetipos y en especial del anciano porque ellos representan la sabiduría lograda con la experiencia, el autoconocimiento, la capacidad de protegerse de influencias externas y de descubrir su propia escala de valores sin influencia de otros. Además, se supone que el anciano sabio tiene la capacidad de entender las cosas desde una perspectiva más clara y transcendente, por lo que ayudaría a iluminar a los demás.
Es justamente en ese sentido que echo de menos haber convivido con una persona anciana, a pesar de que a lo mejor soy un poco idealista (como en muchos otros aspectos de la vida) porque el anciano al que me refiero es un imagen idealizada – el típico señor o señora de pelos blancos, ojos serenos, gestos tranquilos y mirada hacía un punto inalcanzable para la mayoría.
Siento que es verdaderamente conmovedor observar a los abuelos con sus nietos cuando se establece esta relación de complicidad que, según se dice, es porque comparten un mundo y un tiempo espiritual cercano a ambos – a unos por la llegada a la vida y al otro por la despedida de la misma.
Por mí parte, no tengo muchas recuerdos de mis abuelos, los perdí siendo aún muy pequeña y de mi abuela materna lo único que me recuerdo es del día de su funeral y de la bronca que me echó mi madre porque yo no quería besarla para despedirme. Me causaba miedo y, debo admitirlo, una cierta repulsa. Además, me encantaban las olivas y, con una prima también pequeña, nos pasamos todo el funeral comiéndolas, hasta que mi madre se dio cuenta y nos echó otra bronca.
En definitiva, creo que escuchar las historias y experiencias de las personas mayores es una experiencia inolvidable y, además, estructurante de nuestra propia vida porque nos permite considerar que ciertos datos o situaciones no poden ser analizados desde una perspectiva cercana, sino pasados muchos años.
Finalmente, creo que la manera como actualmente se trata a los ancianos es otro reflejo de la sociedad en la cual vivimos y del sistema de relaciones propio del sistema capitalista – los individuos importan en la medida que son productivos y el conocimiento es un bien perecible que muy pronto se torna obsoleto, a menos que sirva a la sociedad de consumo y producción. No obstante, en mí opinión, cuando a los ancianos les apartamos de la convivencia y de la interacción con otras generaciones, lo que estamos perdiendo es el hilo de la evolución, en especial de la evolución espiritual.
Yo no conocí a mis abuelos al ser la menor de nueve hermanos, pero justo por eso pude acompañar a mi madre hasta las noventa y seis años. Ella fue mi anciana, mi sabio.
ResponderEliminarNo idealizas la idea de este estereotipo, los mayores, si saben envejecer y ya de jóvenes reflexionaron, pueden ser ancianos llenos de paz, que te transmite confianza en la vida y unas dosis de amor extraordinarias...por inusitadas y poco usuales en la viva moderna.
De mi madre aprendí a callar y a escuchar, a no dominar y respetar la variedad de personas y creencias.
Aprendí a saborear las cosas pequeñas y a ver lo que no esta a la vista, a no dar importancia a según que, a tratar los asuntos con calma. Me enseño honestidad y me dio un mundo espiritual lejos de los dogmas, me transmitió su experiencia.
En definitiva, siendo anciana fue para mi la vivencia más grande que viví nunca, la más especial y profunda.
Se me olvidaba decir que fue perdiendo la vista, sus años últimos los paso ciega, y justo por eso su sabiduría fue más auténtica.
Su ida ha afianzado más su enseñanza.
Isabel