Aprovecho que Melmoth el Errabundo hace días que no pasea su barroco verbo por estas páginas, para copiarle una idea que tuvo y que adornó durante buen número de meses su magnífico blog (holdontightmarie.blogspot.com.es)
Y es que lo de quedarse como un pasmado mirando las puertas y contemplando la variedad de aldabas existentes por el mundo mundial, en esta era de progreso y de porteros automáticos, alarmas hogareñas, cámaras vigilando al estilo de 1984 y todos esos artefactos que anulan buena parte de nuestra privacidad, es casi como una osadía y dan ganas de preguntar: ¿Y tú qué miras?
En fin, que cuando vi sus aldabas de Cádiz, me quedé extasiado y sorprendido. Especialmente porque me encantan las aldabas, las puertas viejas y todo cuanto huela a más de cincuenta o cien años.
(Ya meteré otra entrada con fotos de ventanas y puertas viejas, al estilo de los ladrones que contemplan las entradas y salidas por donde cometer sus robos)
Y empecé a pararme en mis viajes y excursiones a mirar las aldabas y a buscar aquellas que fueran diferentes o que tuvieran algún rasgo curioso o especial y pensé en pasárselas a Melmoth (algunas le pasé) pero luego, con esa pereza que da el “yo te las paso y ya las irás publicando”, pues fui guardando algunas en mis carpetas y con el tiempo han llegado a ser un número amplio –no tan amplio como las del hipermundo de mi querido Melmoth-.
Algunas dan miedo, con sus cabezas de león y eso, otras dan cosa con sus cabezas de pescado, otras son como si golpearas con una piedra del patio y otras son tan estilizadas que uno piensa que con una aldaba así, nadie la oiría sonar en el interior. En fin, ahí van y que os plazcan.
Estas primeras son de Alquézar, Daroca y Peñíscola.
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