domingo, 12 de enero de 2014

III Safari fotográfico: vegas, canteras y rodanas

Se entiende que se nos pueda calificar de cualquier cosa, pero hay algo claro: ilusión no nos falta. Porque el día amaneció cenizo y, más que cenizo, oscuro, agrisado y con niebla, que ni la subida a La Muela consiguió deshacer.

Esta vez éramos tempraneros (o al menos lo que nosotros entendemos que es ser tempranero un sábado de descanso). Salimos a las 10 hora local de Zaragoza y no descansamos hasta llegar a La Almunia, donde paseamos sus calles, admiramos sus ajetes tiernos e hicimos fotos de todo lo que se movía y lo que no se movía (parece que hay retranca, pero es que uno de los nuestros se entregó a la persecución y “captura” de cuanto carro de la compra –lleno o vacío- encontró, mientras los otros miembros y miembras del equipo nos entregábamos a la búsqueda de satisfacción por las panaderías del pueblo.

Tras la visita, salimos pitando hacia Ricla para cumplir –o al menos intentarlo- nuestro plan del día. Llegamos a Ricla y más de lo mismo. Paseamos, nos acercamos a los ribazos del Jalón, atravesamos su puente, fotografiamos al cabezón de Goya y el miembro de los carros de la compra nos aleccionó sobre la existencia de un torero, hijo adoptivo y muy querido de la villa, llamado “El gitanillo de Ricla”, cuya existencia habría seguido oculto para nosotros si no hubiera sido por la proverbial buena cabeza de nuestro miembro.

Como el otro miembro tenía necesidades de urgente realización y era ya la una pasada, decidimos penetrar en un garito llamado “Entre dos mundos” donde saciar las necesidades del miembro y cualquier otra del miembro y miembra restante. El dueño del local –rodeado de posibles y futuras alumnas nuestras- se escamó de ver tanta máquina de fotos y al miembro de siempre haciendo fotos del local, así que se nos vino –casi encima- y nos propuso tomar unas tapas, aunque no dijo nada de quién lo pagaría. Aceptamos con la condición de que fuera simplemente una tapa, porque pensábamos comer, y tras la conversación nos sirvieron unas sardinas a la plancha y una tapa de pastel de carne. Mientras, a las afueras del local,  atronaba música aljamiada, que nos hizo plantearnos que realmente el nombre del local estaba más que bien puesto.

Salimos de nuevo, aunque más ligeros en cuanto a líquidos y más pesados en cuanto a sólidos, camino de Calatorao, donde nos sorprendió su piedra (del mismo nombre) y nos encantaron sus canteras, por las que paseamos y dimos gusto al gatillo fácil de nuestras máquinas.

Como ya la hora se nos echaba encima, salimos pitando por pistas de tierra hacia el Santuario de Rodanas y llegamos a tiempo para comer y comer bien en el restaurante del Santuario. Tras la pitanza, paseamos por los olivos centenarios, visitamos la encina, también centenaria, penetramos en el santuario y, agotados de tan felices acontecimientos, decidimos correr a Épila a concluir nuestro safari, que en nuestro plan original se alargaba hasta la desembocadura del Jalón en Torres de Berrellén.

Subimos a la iglesia de Épila, nos hicimos algunas fotos y dejamos que el piloto automático nos llevara a casa de vuelta. Lo que más nos sorprendió fue el silencio sepulcral que reinó en el coche y nuestra respetuosa unión a ese silencio, que más parecía revelar secretos que ocultarlos.

En fin, la gloria bendita. Y por si fuera poco, decidimos sobre la marcha el destino de nuestro siguiente safari de febrero, pero eso es algo que solo el tiempo desvelará.

He aquí las fotos del safari:

NASLISA

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EL EXTRANJERO

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AN ARCO

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2 comentarios:

  1. Genial los paparazzi en el Parque Goya, cogiendo por sorpresa al pintor.
    Melancólicas y hermosas esas gotas deslizándose por las ramas de la conífera (El Extranjero, el agua y las coníferas).
    Mágico ese olivo envuelto en brumas que se abre en dos para mostrar el olivar.
    ¡Vaya fotos, colegas! Verdaderas piezas de caza mayor.
    ¿Me daréis información sobre el restaurante de Rodanas? Yo estuve una vez en el santuario, pero en plan pic-nic, con el bocata y demás. Me gustó el lugar, tiene su encanto y el olivar, creo que cientos de años.
    Respecto al Gitanillo de Ricla, en Zaragoza hay una calle que lleva su nombre. Se llama así: Braulio Lausín (Gitanillo de Ricla) y está próxima a Cesáreo Alierta. Allí vivió un tiempo un familiar y debido a ello, descubrí la existencia de ese torero aragonés, aunque no soy muy amiga de la tauromaquia, la verdad.
    Lo dicho: De nuevo mi admiración por los intrépidos fotógrafos (y gastrónomos, al parecer)

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  2. Gracias, Gelovira. Tus palabras y tus finos análisis son un valioso estímulo para seguir haciendo fotos y seguir compartiéndolas aquí con vosotros.

    Un abrazo

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