lunes, 12 de mayo de 2014

Soria: impacto directo

"Estos días azules y este sol de infancia"
Antonio Machado

Desde el preciso instante en que decidimos apostar por Soria, no pudimos evitar que se nos apretara el gesto y se nos quedara impasible el ademán. Soria imprime carácter. Mimetizados por nuestro objetivo, nos dirigíamos a una tierra que durante siglos ha resistido por igual a las bajas temperaturas y a los pueblos bárbaros. ¿No eran romanos? –me preguntaréis-. “Para los pueblos bárbaros, los bárbaros son los otros” (frase sacada de nuestro guía en Numancia). Esa lección la cazamos al vuelo. Desde aquí, en la atalaya de la extranjería, de barbarie exterior estamos ampliamente servidos.


Al mismo tiempo, para poder fluir y no estar doce horas con el rostro contraído, que no da nada bien en las fotos, nos consta que un soplo poético envuelve todas aquellas tierras y calles, aquellos arcos,  la punta del ciprés y la corteza de los chopos. Que bajo la ruda piedra y los cercos numantinos hay versos que se te clavan como dardos y nunca te abandonan. Que los olmos heridos reverdecen como milagro de primavera. Que el olvido se cura en soledad, que las hojas secas caen lentamente al pasar y que el Duerto traza por esas tierras su curva de ballesta. ¿O era el Duero?


Demasiadas imágenes y demasiado literarias como para ponerles orden y foco a la primera. No obstante, hacia allí que nos fuimos, en tropilla, como otros antes, camino Soria. Nuestra compañera Clara, numantina de pedigrí, nos servía de baluarte defensivo y De Marco de referencia. Pero en nuestro fuero interno buscábamos algo más. Uno de esos muchos poemas, uno solo, al que aferrarnos y del que ya no soltarnos. Solo un poema -de entre todos los que esa ciudad ha inspirado- que pusiera foco, orden y sentido a tanto desparrame y tantas imágenes disparadas.

Y así, entre la barbarie y la poesía, los autobuses de TUZSA nos marcaron el camino con el primer pareado de poesía urbana: La silla es una pesadilla. No otra era nuestra principal excusa para este viaje: abandonar la pizarra y ese rutinario círculo abierto formado por treinta sillas de pala.


Aún así, como no era cuestión de reducir el asunto a la escatología, y queríamos trascender el asunto, seguimos buscando. Buscamos inspiración en el socorrido tema de los espejos.

Pusimos nuestra esperanza poética en la naturaleza agreste. 

En el encanto de los pueblos interiores.

Invocamos al cielo.

 Rebuscamos en las loas a la Virgen.

Repasamos la milenaria narración oral en boca de nuestro aguerrido guía.

Probamos en la poesía del absurdo.

Exploramos la línea poética de lo cotidiano.

Indagamos en el lenguaje de los símbolos.

Y nos adentramos en el repertorio oscurantista.

Recurrimos a temas clásicos, como la infancia.

Y echamos mano de la heroica antigüedad celtibérica.

Tuvimos un poema en la yema de los dedos cuando, al dirigirnos a una de las casas reconstruidas (no esta romana de la foto, sino la de los resistentes numantinos), una alumna marroquí y otra ucraniana -por separado- me dijeron, con los ojos vidriosos, que esas paredes de adobe y la techumbre vegetal les recordaban a las casas de sus pueblos.

Pero el poema definitivo, a diferencia del curso pasado, en que lo tuvimos desde un principio, no aparecía. Hasta que de repente lo vimos. Era él.


Apretado el rostro e impasible el ademán. Éramos nosotros mismos. No sabemos nada del Machado alumno, más allá de que su infancia fueron recuerdos de un huerto donde madura el limonero. Sin embargo, sabemos que, como profesor, era uno de los nuestros. Uno de esos que –monotonía en los cristales- miran a través de la ventana, buscando una vía de escape. También como nosotros se dedicó entre verso y verso a impartir esa ruda especialidad de las lenguas bárbaras. Francés para españoles, en su caso. Español para romanos en el nuestro. ¿O eran rumanos?

Y entonces apareció en mitad de la calle, como un rayo, como un zumbido o azote de impacto directo. Blanco sobre rojo. Ahí estaba. Ese poema evocador que habla de librotes y de una aborrecida escuela, esas estrofas donde vuelan –casi libres- moscas, abejas y mariposas. Golosas, pequeñitas y revoltosas. Venía dedicado y era inevitable.


Va por ellas:

 Vosotras, las familiares
 inevitables golosas,

vosotras, alumnas especiales, 

me evocáis todas las cosas.

¡Oh, antiguas alumnas voraces 

como abejas en abril,
antiguas alumnas pertinaces 

sobre mi calva infantil! 

  Alumnas de todas las horas

de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

 de esta segunda inocencia,

 que da en no creer en nada, 

en nada.

 ¡Alumnas del primer hastío

 en el salón familiar,

 las claras tardes de estío 

en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela 

raudas alumnas divertidas,

perseguidas, perseguidas 

 por amor de lo que vuela.

Yo sé que os habéis posado

 sobre el juguete encantado,

 sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos.
 Inevitables golosas, 

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas; 

pequeñitas, revoltosas, 

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.

... ... ...
...
... ... ...


Llevados por la evocación, tras la foto de grupo bajamos por una calle de académico nombre, la calle Estudios. Olha evocó entonces la última lección de esta semana. Una en la que, haciendo una postrera concesión a la gramática, me perdí en los vericuetos del objeto directo e indirecto. Con ejemplos tales como "Él la quiere y le escribe cartas de amor" o "Ella lo ama y le sugiere una excursión a Soria". Olha ya había atronado, dos días antes, en clase, para asombro de sus compañeras y para desesperación propia, que en los quince años que lleva en España, había sobrevivido a trabajos, juicios, comparecencias y discursos de todo tipo sin pronunciar nunca ni lo ni la. Sin noticias de le. Piénsalo bien, piénsalo bien, -le dije. Nunca usaba, te juro -dijo.

Y evocó también su llegada a casa, aquel mismo día, la conversación con su español consorte, que sentenció que cómo se había modernizado el español tras este breve intercambio:
- ¿Qué tú has aprendido hoy en clase?
- El impacto directo y el impacto indirecto.

Lo dejó dicho Garcia Márquez, ese escritor que no necesitó escribir en verso ni necesitó ir hasta Soria para contagiar poesía: darte de bruces con la realidad es la mejor manera de acceder a lo que de poético tiene el mundo, admirar en él lo que contiene de maravilla. Y con esa advertencia nos fuimos, carcajeándonos, calle abajo, hasta San Juan, San Polo y San Saturio.



Por eso, si lo hasta aquí verazmente relatado suena a recreación o a ficción, será porque casualmente acertamos en cambiar la espada del rotulador por la rosa de la literatura, porque "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". Así es como empiezan las memorias de García.


Vida o sueño. Vivencia o demencia. Realidad ficcionada o ficción histórica. Nunca o siempre. ¿Moscas o alumnas? ¿Objeto o complemento? Solo la "palabra en el tiempo", que diría Machado, o el propio tiempo, acostumbrado a poner las cosas fuera de sitio o a sacarlas del tiesto, lo dirá. ¿Lo o le?...

¿Directo o indirecto?

Impacto directo: Soria

¿O fue indirecto?


6 comentarios:

  1. ¡Las fotos geniales,la compania perfecta!Muchas gracias a los maestros por impacto directo))))

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  3. Ya lo dijo Machado: "El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve". Así que gracias por vernos con tan buenos ojos, en versión I+D (Impacto Directo).

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  4. Y Proust dijo: "El único verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos". Esto es lo que tú sabes hacer muy bien, Extranjero. Como nadie. Siempre impactando (directa e indirectamente) con tus sugerentes fotos y tus atinados textos.

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  5. Mr. o Mrs. Blanket:

    El directo impacto que me provocó su fogonazo proustiano me dejó hace dos días momentáneamente ciego. Pero no hay mal que por bien no venga, y ya he encargado un par de ojos nuevos. Gracias.

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  6. Caro Extranjero:
    Coo siempre, antes de que yo las vea, tú ya las has hecho. Esa prontitud para ver el lado fotográfico de las cosas, me causa envidia (sana, pero envidia).
    Es un placer reconocer las cosas vistas a través de ojos avezados como los tuyos aunque, debido a ciertos "impactos" a veces hayas de cambiártelos -como tú bien dices-.
    Es que a veces nos admiramos viendo como los niños pequeños se extasían intentando apretarle los ojos a una muñeca de esas de párpados balanceantes, pero la realidad es que hay más de la cuenta que se dedican, mayorcitos ya, a intentar terminar de pegárselos al de al lado en el cogote.
    No te dejes, caro amigo, no te dejes.
    Abrazos

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