No
sabíamos a qué temperatura funcionaría mejor el experimento. A cero grados, la
fórmula funcionó magistralmente. Recorrer el enigma de una ciudad, callejearla,
es siempre una respuesta de opción múltiple. A las clásicas guías de papel hay
que sumar las recientes aplicaciones de móvil o los guías de carne y hueso, que
abandonan sus clásicos uniformes para teatralizar las visitas vestidos de romanas
o de pintores dieciochescos. El motivo central puede ser recorrer bares de
tapas, escenarios de películas o parques de extrarradio. Hay motivos más
espurios, como elegir cualquier trasero y seguirlo hasta que desaparezca en un
portal, o trazar cualquier otro trayecto que incluya baldosas de un mismo color
o árboles de la misma especie.
Aquí
donde la ves, Zaragoza, esta ciudad anodina o ventosa, según el día, hecha por el
sedimento de sus tres ríos, tiene esas mismas y variadas posibilidades para
patearla: la ruta de los Héroes del silencio, la de las terrazas abiertas, la
de las cajas de ahorro cerradas, la de las pintadas, la de los innumerables
bustos de prohombres o la de las mejores madejas. A eso hay que añadir que los caminos
de este Departamento se bifurcan y multiplican, tan caprichosos como
inescrutables, y que en cualquier incursión que hagamos con nuestros alumnos el
mito de las tres culturas se derrumba ante unas 50 nacionalidades caminando a
compás.
La
reacción al experimento funcionó desde el principio. No sé si serían los
reactivos, el flujo de energía o esa temperatura que fue aumentando a medida
que avanzaba la mañana. Me inclino a pensar que fue, una vez más, cuestión de
suerte o de intuición. El punto de apoyo era pasar a media mañana a tomar un
chocolate por La Fama. A partir de ahí, movimos el mundo. La respuesta de
opción múltiple (a, b, c) incluía el clásico de “todas las respuestas
anteriores son correctas”. Y eso hicimos. Desde las 10:00 y desde la Plaza de
España. Apostar por todas y a por todas.
Salió
el plan. Probamos el chocolate. Lo mezclamos con churros y merinos. Entramos al Santo Sepulcro. Nos dejamos llevar. Y salimos del
laberinto, hacia una ciudad menos extraña, más nuestra y más de todos. Con la ayuda de todos.
Bonitas fotos, gracias por ese tu punto de vista.
ResponderEliminarRedescubrir una vez más Zaragoza en compañía de gente de todo el mundo: de este, de ese, de aquel... deja buen sabor de boca ¡Hasta la próxima, amigos!
Gracias a ti por ese punto de apoyo, por el chocolate de antes y por el café de después.
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