miércoles, 29 de mayo de 2013

Olesya K.

(Enlace al artículo de El País)
Nuestra infancia.
La niñez para cada adulto se asocia siempre con los recuerdos más agradables y las impresiones más vivas que recordamos de nuestra infancia despreocupada. Todos nosotros la recordamos y la parte más importante de los recuerdos son los amigos de nuestro patio trasero, los juegos, los juguetes, los cuentos de los padres…
La niñez…..momentos inolvidables. La más brillante, más memorable, pero tan rápida. No tienes tiempo para mirar alrededor y, de repente, eres un hombre hecho, con tus pensamientos y preocupaciones, experiencias y desafíos. Sin embargo, recientemente, parece que estabas persiguiendo un balón de fútbol con los chicos en el patio y hacías coletas trenzadas a las numerosas “niñas”, leías con deleite las historias de Julio Verne y creías ingenuamente que era nada menos que Papa Noel quien te traía los regalos en la víspera de Año Nuevo. Todos nosotros nos sentíamos ridículos y estúpidos, dañinos e inquietos, serios y un poco ingenuos. Y esta sensación era común en todos nosotros, pero poca gente se daba cuenta cómo pasaba este tiempo. Tal vez sólo ahora, cuando la infancia pasa tan rápidamente lejos de ti, empiezas a entender todo su valor. Comienzas a entender que nunca volverás a ser ese niño, a través del cual se podía ser tan dulce y natural, totalmente único, diferente de los demás. Podías perder el tiempo y reírte de todos y nadie te acusaba de eso, podías estar de mal humor a veces y todos te entendían, podías llorar y siempre había allí alguien que te calmaba. Cuando eres niño no hay límites, ni leyes estrictas, la ley principal de esa época es ser tu mismo. En la vida adulta todo es diferente. A menudo tienes que jugar con las reglas dictadas por la vida misma.
Muchos recuerdos de la infancia se asocian con emociones fuertes. Esta relación aumenta la probabilidad de que los recuerdos persistan en nuestra memoria.


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