(Enlace al artículo de El País)
A cerca de la infancia existen tantas teorías, modelos de crianza, estudios, diagnósticos y recomendaciones que aun que uno pudiera leer todos los tratados a cerca de cómo educar sus hijos para que sean personas felices, libres y equilibradas, no creo que sea posible garantizar cien por ciento el resultado de ese proceso. Los niños son un mundo en si mismo y no vienen con un manual de procedimiento, su educación es un gran desafío - estimulante pero al mismo tiempo terrible - porque existe una complejidad enorme de factores que influencian en su desarrollo.
Pienso, sinceramente, que todos los padres aman sinceramente a sus hijos, que sobre todo quieren su felicidad y bien estar y, por lo tanto, estoy de acuerdo con que la infancia o la relación de los padres con sus hijos es un factor importante en la forma de relacionarse o integrarse en el mundo adulto, pero no es el único. Sí que creo que es fundamental la confianza, el amor, la tolerancia, el hablar con sinceridad, el poner limites, el permitir la frustración, no obstante son tantas las variable que pueden influenciar que pienso que jamás podremos controlarlas totalmente.
Me refiero, por ejemplo, al “efecto mariposa”, cuyo concepto es que dada unas condiciones iniciales de un determinado sistema, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione de ciertas formas completamente diferentes, por lo tanto, una pequeña perturbación (tan imperceptible como el movimiento de las alas de una mariposa) puede generar un efecto considerablemente grande a corto, mediano o largo plazo.
Destaco eso porque creo que es muy probable que cometamos errores, concientes o no, en relación a nuestros hijos, y no podremos prever cómo eso repercutirá en su desarrollo.
Quizás porque los padres son personas, educada por otras personas, todos imperfectos, todos viviendo su propio proceso de crecimiento y aprendizaje. Lo cierto es que todos mantenemos un rincón oscuro en algún lugar del alma donde guardamos lo que no nos gusta, las cosas que desearíamos olvidar o que nos gustaría poder cambiar – está simbolizado en el miedo que los niños tienen a los cuartos oscuros, a los sótanos, barandillas – estos lugares donde se guarda las cosas que, en realidad, no nos sirven para nada pero de las cuales somos incapaces de nos deshacer. También estoy de acuerdo que “el cuarto oscuro” lo construimos en la infancia y lo mantenemos cerrado y por eso mismo continua interfiriendo durante toda la vida.
No obstante, me gusta José Ortega y Gasset, filosofo español, cuando contradice Horario que afirma “yo soy yo y mi circunstancia”. Ortega afirma que “las circunstancias... son palabras vacías de sentido con que trata el hombre de descargar en seres ideales la responsabilidad de sus desatinos”
Con eso no quiero excusar el error de los padres en la educación de sus hijos, sino más bien enfatizar que no podremos estar determinados, para siempre, por las circunstancia de nuestra infancia, al contrario, en la vida adulta tendremos que ser capaces de decidir a cerca de cómo o en que medida las circunstancias de la vida nos afectará.
También lo digo porque creo en la vida como un proceso vivo de nuevas oportunidades, un proceso tan complejo y de múltiplas interrelaciones, que aún los episodios más tristes y dolorosos de la infancia pueden ser curados a través de nuevas vivencia - más gratificantes, amorosas, afectivas, amistosas y solidarias.
Para mí este es un tema fundamental, y tan complejo como la propia vida, y ojala pudiera no dejar otra marca en mis hijos que no fueran de besos y caricias, pero es muy difícil que así sea, por lo tanto, opto por la esperanza de que todo ser humano sea capaz de hacer de sus propias cicatrices, por pequeñas que sean, un símbolo de superación y de fuerza.
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