Voy a ser sincero: los motivos por los que fuimos a Toulouse fue porque era un lugar lo suficientemente lejano como para no oír la música ni las peñas de las fiestas del pueblo, que en ese puente iban a asonar día y noche sin piedad alguna los oídos y los segundos de cada uno de los allí presentes.
Así que sin pensarlo dos veces decidimos irnos a hacer turismo al país vecino.
Quizás es que estábamos gafados, quizás es que el cielo así lo quiso, el caso fue que nuestro navegador GPS se las ingenió para llevarnos por lo más profundo de la profunda Francia, sin piedad, con tesón y sin más indicaciones que una voz maquinalmente femenina que insistía las más de las veces en largarnos al sembrado o a cualquier otro lugar que sirviera para hacernos más larga la travesía. No lo digo de coña: fue así a la ida y a la vuelta. Por todo ello y por la experiencia acumulada, les aconsejo que se deshagan del navegador de la manera más rápida que puedan, si no quieren que se les amargue el principio o el final de cualquier viaje.
Nuestra llegada a Toulouse fue por la tarde de un día de fiesta nacional –uno que es totalmente lego de las fiestas extranjeras pensó que el día de la Virgen de Agosto jamás sería fiesta en el país de la Revolución, pero ese uno se equivocó de medio a medio-. Nada más llegar y tras la ducha necesaria, emprendimos un paseo ligero por la ciudad, especialmente por el centro, donde estábamos alojados, a comprar algo de pan y de agua con que saciar nuestras primeras y más perentorias necesidades.
No puedo decir que la primera visión de Toulouse se nos antojara sorprendente, ni maravillosa, ni siquiera amigable. Nos pareció una ciudad en día de fiesta, con gran cantidad de desheredados, emigrantes, inadaptados y nativos dejando pasar las horas. Más o menos como aquí, con la única diferencia del idioma y del pasaporte.
Tras una cena, un merecido descanso viendo canales de televisión en idiomas ignotos, decidimos irnos a dormir para estar bien frescos al día siguiente –día laborable, gracias Dios-.
Tras una larga noche de ambulancias, coches, despedidas cantadas, chilladas, gritadas e incluso amplificadas; ladridos, camiones de la basura, etc. llegó el hermoso despertar. Porque lo que no he contado es que estábamos alojados en el edificio más alto de todo Toulouse, pero además nuestro apartamento estaba en el piso 18 de una alta torre que rascaba el cielo. La vista era prodigiosa, casi celeste, casi divina, casi superior. Contemplamos todos los tejados de la ciudad, todas las torres, iglesias, norias, edificios oficiales, estación de tren, canal, río… Me vino a la mente aquella canción de Hilario Camacho titulada “Volar es para pájaros”.
El caso es que tras pasar un buen número de horas, por la mañana y por la tarde, pateando la ciudad en nada adormecida por el verano y las vacaciones, nos quedó un regusto agradable y amable de la ciudad, aunque solo nos prometimos volver cuando se haga más limpia o menos ruidosa que la nuestra propia.
Mi visión de Toulouse es completamente diferente a la tuya, An Arco. Quizás porque fui en primavera, quizás porque me cautivó ese aire mediterráneo lejos del Mediterráneo, quizás por mi mirada ingenua e ilusionada al descubrir algo nuevo, quizás porque me alojé en un hotelito en un barrio tranquilo... Quizás porque me pareció una ciudad muy especial, llena de vida y de encanto.
ResponderEliminarYo recomiendo vivamente Toulouse con su Plaza Capitol, tan animada, sus iglesias de St. Sernin y de los Jacobins, hermosas y cargadas de arte, sus callejas del casco histórico, llenas de ambiente, su río Garona en cuyas orillas se puede uno tomar un descanso contemplando los puentes y el otro lado de la ciudad, sus edificios antiguos de hermosa arquitectura tan bien conservados, su canal donde está atracada una barcaza llamada La Maison de la Violette, flor símbolo de Toulouse...
Que tienes que volver allí, An Arco, con otros ojos y en otra estación del año ¡Ah! y con un buen mapa.
Un aplauso para tus fotos que sí han captado algunas instantáneas mágicas de esa ciudad.