martes, 30 de marzo de 2021

Detener el tiempo

 



FOTOGRAFÍAS. NADIA SEREBRYAKOVA

 

La primera imagen que tengo de ella es con una cámara al cuello. Nadia se apartaba del grupo que contemplaba el interior del Oratorio del Palacio de la Aljafería, buscando la diagonal certera. Se evadía del discurso oficial de la guía turística y dirigía su objetivo a lo que estaba fuera de foco. Con un leve gesto, pidió permiso para disparar al profesorado que por allí andaba. Ese afán que ya intuimos quedó confirmado a los pocos días, cuando nos regaló sus fotos. Y reconocimos a Nadia como enrolada en esa estirpe de alquimistas dedicada al viejo oficio de la fotografía.

Cuando despertamos del asombro, un año después, Nadia y su cámara seguían ahí. De ruta por las Murallas Romanas, me dijo entre foto y foto: “Disparo en blanco y negro porque hoy ha salido nublado”. Y vinieron otros tiempos, más nublados, propicios para buscar matices en una extensa paleta de grises. Aptos para emprender el camino de regreso, despojarnos del color y volver a la esencia. Juntar el blanco con el negro, como quien choca dos pedernales.

Salen chispas de las fotos de Dora Maar, Dorothea Lange, Tina Modotti y Cristina García Rodero. Del minimalismo de Madoz y de la arqueología humana de Salgado. Del cuento de Navidad de Wayne Wang y del carboncillo del último Banksy. Hasta de las canciones de Tom Waits con las que preparamos el montaje de esta exposición. Esa conjunción del negro y el blanco resume bien el hechizo de la gente, el claroscuro de vivir.

Nadia Serebryakova participa de ese destello. Del resplandor que se desvela en mitad de las sombras. Del que revela penumbra en los días brillantes. Con fotos que descubren la incandescencia de las personas. Capaces de perfilar cierto halo de misterio en una negra silueta. De iluminar el más oscuro anonimato. De alumbrar a los perdedores, que no vencidos. Con fotografías que, lo mismo que te eclipsan un cuerpo, te encienden el alma. 


Escribir con luz, foto-grafía. No hay mejor título para esta exposición que ese genérico: Fotografías. Doce ejemplos de que se puede escribir, negro sobre blanco, sin necesidad de palabras. La gramática de la fotografía son líneas combinadas de  rectas o curvas. Su léxico está compuesto de fotones. Sin títulos, esa ausencia es tan inabarcable como la imaginación de cada espectador. Desde esa aparente desnudez, las grandes fotografías se prestan a extensos relatos.

Aves pilladas al vuelo, pompas de jabón y balones rodando. Mayores encogidos de frío o de soledad, ese otro frío. Jóvenes de bronce y niños jugando. Niñas saltando, niñas calzándose y niñas disfrazadas. Sobre todo niñas. De espaldas a la bruma, a contraluz o cruzando miradas luminosas. Como la de Polina, su hija. Nadia hace suyo el axioma de que una adulta creativa es una niña que ha sobrevivido. Que ha sabido poner a salvo el candor y la fragilidad. Salir a la calle y celebrar esa antigua ceremonia, en que las cosas son vistas como por primera vez, es otro de los tesoros que encierra una cámara fotográfica. Un privilegio para quienes contemplan esta exposición.


Serebryakova encuentra esa magia fotosensible en las calles de Zaragoza, a más de 8000 kms de su Moscú natal. Como la encontraría en cualquier otro lugar del mundo. Desde la feliz combinación de una pequeña caja oscura y el fogonazo de la mirada. Ese clic es eterno y transcultural. Cartier-Bresson lo definió como instante decisivo. Es ese momento que te lleva a dejar la carga que llevas encima y desenfundar la cámara, cuando intuyes que el milagro va a producirse. Una suerte al alcance de los buenos fotógrafos, una práctica zen que consiste en detener el tiempo. Compartirla es un genuino acto de generosidad. 

Había pasado un año y pico desde aquellos canónicos encuentros. Volvimos a juntarnos en las clases de C1.2, que bien podría valer para un nuevo modelo de cámara, pero no. Por encima de la mascarilla, yo sabía que los ojos de Nadia Serebryakova seguían diafragmando o disparando. Solemnes y sonrientes, curiosos con el detalle. Con la elegancia de la artista que sabe mimetizarse. Señalando esa belleza que solo valoras cuando algo o alguien desaparece. O cuando alguien la nombra en una foto, porque ha logrado captarla.

No creo que a estas alturas de la película haya quien todavía se pregunte qué pinta una docena de fotos en una Escuela de Idiomas. Tan absurdo como preguntarse en clase de español qué tienen que ver las ciudades, la naturaleza o el arte con la lengua que aprendemos. Tan ingrato como tener que justificar la diversidad frente a la estandarización. O defender el valor de la cultura. Tanto Javier Brox como María José Auría, defensores de este espacio de resistencia, sabrían explicarlo.

En el Departamento de Español de esta Escuela aprendemos a diario que, más allá de oraciones subordinadas, adjetivos antepuestos y pronombres enclíticos, hay cosas que interesan más. Frases independientes. Valores sustantivos. Nombres propios. La eterna plegaria del arte. Nadie como Nadia para invocarla: Libertad. Tradición. Emoción.

RDR



 

2 comentarios:

  1. ¡Vaya par! La fotógrafa elegante y serena (son los calificativos que me sugieren sus imágenes) y el retratista que "clava" a la francotiradora con las acuarelas del teclado. En ambos casos: arte, puro ante.

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  2. Bienvenido al trío, F.J.P., que sabemos de tu arte periodístico: Fantasía, Juicio y Pasión. Gracias por vernos, por leernos y por escribirnos.

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