miércoles, 26 de mayo de 2021

Pretérito imperfecto

(Mayo de 2017)

De todos los temas que la gramática del español pone para desesperación de nuestros alumnos, los que ejercemos este oficio sabemos que el uso del pretérito imperfecto y del pretérito indefinido es un auténtico campo de minas. Tan bacheado como el camino que nos condujo el pasado 14 de mayo hasta los galachos de Juslibol, en un tren de los de antes, tractorizado, sin dispositivos antibalanceo ni sistemas de tracción distribuida, sin más airbag que una de esas viejas cadenas para evitar que en uno de los giros vayas de cabeza al río.

Con los pretéritos, uno puede desgañitarse, blandir reglas como espadas o llenar pizarras a modo de mapas conceptuales. Trazar una barra que represente la línea del tiempo, en la que aparezcan vectores de doble flecha para el imperfecto y cruces a modo de puntos -o puntos a modo de cruces- para el indefinido. Y la cosa empeora: ves cómo se transforma el careto de los alumnos, que ya no preguntan, lo cual es siempre la mejor señal de que no han entendido nada.

Peor aún cuando a una de las alumnas le da por abrir un libro y da con una tabla en la que el cacareado indefinido aparece bajo el epígrafe Pretérito perfecto simple unido, a pocos centímetros, de un tal Pretérito perfecto compuesto. Por eso, pocos días antes del último 14 de mayo, cuando Aliana disparó una de sus preguntas sobre el tema, en forma de “No sé por qué tenéis tantos pasados, con lo fácil que es en ruso. Siempre que elijo uno es el otro”, precedida del “Es que los españoles sois muy raros”, no vi otra salida que pincharle directamente un poema de Alberti.

Hay que decir que la pregunta fue hecha poco antes de que dieran las diez, cuando todavía no he conectado con la racionalidad del sistema. Así que fue una reacción inconsciente, una confusa aportación al se equivocó/se equivocaba. Sé que no aclaré gran cosa, pero al menos oímos una canción de Serrat.

Si cuento todo esto es porque el pretérito imperfecto tiene mucho que ver con las intenciones y el indefinido con la realidad de los hechos. Y el viaje a los galachos estaba cargado de buenas intenciones. Todo iba a ser distinto y todo lo fue. No queríamos un viaje de mañana y tarde y elegimos uno solo de mañana. Íbamos a La Alfranca, pero contactamos con Viki y nos quedamos en Juslibol. Iba a llover, pero no llovió. Otros años nos quedábamos a comer pero esta vez tapeamos a la vuelta. Cogíamos un bus y nos montamos en un tren. Íbamos a ver un paisaje acuático y nos subieron a la estepa. Se equivocaba la paloma, se equivocaba… y al final se equivocó. Quizás todo este párrafo pueda servirnos de ejemplo en un futuro.

De entre los descubrimientos personales con los que cada curso académico nos sorprende, este año conocí a una alumna a la que llamaremos Bea. Bea me contó que, al acabar el colegio, pidió plaza en el IES Corona y le dieron el IES Goya. Aprobó Selectividad con nota para estudiar Enfermería, pero confundió el código en el impreso y anotó por error Magisterio. Subsanado el error, pudo volver a Enfermería, pero decidió quedarse en Magisterio. Me contaba todo esto porque ahora, futura erasmus, aspiraba a irse a la República Checa, pero sabía que le iban a dar Inglaterra. Igual que nos pasó a nosotros, que por un momento creímos estar en Palamós.

Se equivocó la paloma. Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.


Creyó que el trigo era agua.
 

Se equivocaba.
 

Creyó que el mar era el cielo;


que la noche, la mañana.
 

Se equivocaba.
 

Que las estrellas, rocío;
 

que la calor; la nevada.

 Se equivocaba.
 

Que tu falda era tu blusa;


que tu corazón, su casa.

Se equivocaba.
 
(Ella se durmió en la orilla.
 
Tú, en la cumbre de una rama.)

Pasado el evento, vuelves a la carga al día siguiente, en un último intento:

- Nos lo pasamos bien, ¿no?

- ¿Y por qué no pasábamos, si es una descripción?

Al final te relajas, y comprendes que somos también la suma de nuestros errores, el resultado de todo aquello que decidimos elegir y de todo aquello que queríamos y que al final no elegimos o no hicimos. Y así fue como, por ir a La Alfranca, terminamos en Juslibol. 
 
Y descubres que dejarse llevar por el instinto puede ser una buena manera de reconocer el imperfecto. La Bea anterior, la que decía que acabaría en Inglaterra, se equivocaba, porque gracias a unas mágicas décimas de punto, el año que viene paseará por Brno. La cuestión es que, por una vez que hizo lo que quería, nunca tenga que lamentarlo.
 

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