martes, 19 de abril de 2022

Cisnito

De la nieve caída en el lago nacen los cisnes
Ramón Gómez de la Serna

 

 

De los lagos centroeuropeos, donde la nieve se hace milagro y los cisnes se convierten en poetas, surge Cisnito, bailarín de la luz, fotógrafo. Un oficio donde al blanco se le añaden adjuntos como frío, puro, tiza, roto. Donde aprendes cien maneras de nombrar el verde. Claro, oscuro, helecho, menta, oliva, malaquita... Donde el negro no es negro, que es ébano, antracita, azabache, pizarra.

En septiembre, Cisnito encontró el camino hasta las clases de español de la EOI. Entró en un nivel  avanzado, dado también a los matices entre subordinadas. Con momentos en los que -como docente- puedes verte obligado a hablar de sinestesias, para explicar que es posible combinar en un solo sintagma dos sentidos de distinta naturaleza: colores chillones, cante jondo, música ligera, canciones radiantes, voces dulces.

En la ciudad del viento, el poeta afinó el oído con gente amiga que le soplaba la agenda cultural o que, conociendo el trayecto del sol en cada estación, le hablaba del punto idóneo y de la mejor hora para hacer disparos, Ebro arriba o Ebro abajo. En los pasillos de la tercera planta, un día le pedí que me enseñara alguna foto. Aunque sacó su móvil, aquella imagen tenía la grandeza de hacerte ver El Pilar como si lo contemplaras por primera vez.

En enero ya hablábamos de esta exposición. Puestos a elegir entre panorámicas atípicas de Zaragoza o hacer cosecha de los últimos conciertos, Cisnito eligió lo más difícil. Quien haya escuchado una actuación a través de una cámara de fotos lo sabe. Encuadrar el gesto en condiciones de luz débil y cambiante exige hacer malabares entre velocidad de disparo y sensibilidad. Hacer fácil lo difícil.

Hay que aliarse con la técnica y saber ver sin ser visto. Participar sin invadir. Entrar en la alcoba sin provocar ruido. Recorrer el alambre, hacer equilibrios. Camuflarse en el espacio y llenarlo. Como cuando Cisnito elige su mismo sitio en el aula. A un lado del escenario, hacia la puerta, dominando la visual, a espaldas de la ventana, a favor de la luz.

La fotografía y la música se hicieron para convivir mejor, con uno y con los demás. Cuando ellas confluyen, son capaces de demostrar la curvatura espacio-tiempo. Términos como escala o tono, colorido y coloratura, se hacen intercambiables o forman familias. Cómplice de ello, Cisnito comparte longitud de onda con los músicos a los que homenajea. Sus imágenes permiten ser escuchadas. 

Llegó abril, y la sinfonía estaba preparada. La pedalera de Da Rocha, el perfil derecho de Lucía Fumero frente al piano, el abatimiento de Sebastian Plano al chelo, el triángulo áureo de Mattthieu Saglio, la luz cenital sobre Emilia y Pablo, un diamante en el extremo de la flauta travesera de Zopli2, el arrebato contenido de la Tremendita, la calidez de Bigott, el rasgueo de Ferrán Palau. Amplia gama, visual y musical. Colores y sonidos. Aroma múltiple, buen gusto y mucho tacto. 

Conocemos canciones que huelen a mar y otras que saben a gloria o a derrota. Solos de guitarra que te secan la boca o te acarician el alma. Redobles que te armonizan, compases que te cosquillean el pecho, notas al piano que resplandecen como un fulgor.

Si rescatáramos del pasado uno de esos destellos de intensa belleza, sería necesario revivir más de un sentido. Las experiencias estéticas más plenas son inclusivas con todo tipo de sensaciones. Toda belleza es sinestésica. Estos nueve fogonazos musicales son una muestra. La evocación de un instante congelado que se torna cálido. El poder de fascinar tras ser fascinado. La evidencia de que entre brillar o iluminar, vale más lo segundo. 

RDR

 

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